No se exagera si concluimos que las Jornadas de la Cultura Uruguaya marcaron un antes y un después en los vínculos del público cubano con la escena de ese país, dado que nunca antes los espectadores locales habían contado con la posibilidad de aproximarse «en vivo» a una buena parte de lo que acontece hoy en el ámbito artístico en la nación latinoamericana, gracias a una selección de creadores «charrúas» de primera línea que conquistaron distintos escenarios capitalinos.
Lo anterior lo confirmaron las actuaciones de la Murga Agarrate Catalina, ese gran laboratorio creativo capaz de asumir como propios los resortes del teatro, la música y la tradición oral, para poner en pie un discurso lleno de humor e ironía y con una veracidad tan elocuente como la vida misma; el recordado concierto Pebeta de mi barrio de la importante intérprete Malena Muyala; las presentaciones del Club de Tobi y el dúo Sol y Palma, entre muchas más.
Fueron grupos que hicieron patente la enorme vitalidad de la cultura uruguaya con un discurso artístico con el que manifiestan que tienen muy claro dónde están sus raíces y a partir de ahí bosquejan una obra que puede entenderse en cualquier parte del mundo.
Y otra prueba definitiva de ello resultó el reciente concierto del trovador Fernando Cabrera, que puso fin a estas jornadas en el patio del Museo Nacional de Bellas Artes.
Fernando Cabrera (Montevideo, 1956) es una de las estrellas de la constelación del cancionero popular uruguayo. Cuenta con una extensa obra que hace de nexo entre el pasado y el futuro de la música de su país y en la que aparecen auténticas gemas como los discos El tiempo está después y Bardo.
Sus canciones, en las que planea la mejor tradición de la trova latinoamericana, ostentan una calidad poética extraordinaria, plasmada en textos plenos de evocaciones, esperanzas, pasiones y desasosiegos que relatan de un modo personalísimo el día a día en su tierra natal. Son historias tejidas con una sensibilidad muy íntima que hacen las veces de espejo colectivo donde se pueden mirar lo mismo cualquier habitante del Uruguay que de otra parte del mundo, ya que este trovador parte de un profundo arraigo popular para levantar una obra que logra universalizar las emociones del ser humano.
Su debut en Cuba fue un ejemplo certero de todo lo anterior. Para ello preparó un repertorio que hizo un repaso de distintos momentos de su carrera, en un sugerente recorrido musical en el que tuvo tanta importancia lo que se dice como la forma en que se dice. Lo cierto es que solo con su voz y su guitarra como principio y fin de su discurso musical, supo delinear los contornos de distintas épocas de su país, de los sueños íntimos que han acompañado a varias generaciones de uruguayos y esos insondables sentimientos que hacen la vida más transitable.
Los viajantes, Viva la patria, La casa de al lado, Imposibles, Nunca te dije que te amo (tema acabado de salir del horno que aprovechó para estrenar en Cuba) fueron algunas de las canciones que ilustraron como un lienzo su vasto e intenso mundo interior. Tampoco faltaron, por supuesto, sus grandes clásicos como Viveza, La garra del corazón y El tiempo está después. De hecho estas piezas, entre muchas otras, se encargaron de confirmar que no por gusto es considerado un músico de culto en el panorama de la canción de autor uruguaya.
Dicen los que saben que su compatriota, el trovador Jorge Drexler, lo estuvo siguiendo a todos sus conciertos durante un buen tiempo para escucharlo en directo y apreciar la particular originalidad de su técnica guitarrística. No es para menos. Porque el hecho es que Fernando Cabrera imanta a todo el que lo escucha solo con el instrumento de las seis cuerdas y su inconfundible voz. Claro, y con un puñado de canciones libres, sinceras y creíbles que calan hondo en el alma humana. Y ya eso es suficiente. ¿No?
Michel Hernandez
