domingo, 3 de julio de 2016
domingo, 26 de junio de 2016
Pandemonios (por Samantha Navarro)
"Sufro el dominio de los domingos
son como adelantos de Navidad
temo al fascinio de la verdad
hubo un comienzo y habrá un final
Purgando cada nuevo minuto
libro en este infierno mi claridad
sufro el dominio de la verdad
todos los goces que ya no están
Hay algo tuyo en todos mis labios
algo que despierta en el paladar
masco el demonio de la verdad
nada de aquello me gusta ya"
son como adelantos de Navidad
temo al fascinio de la verdad
hubo un comienzo y habrá un final
Purgando cada nuevo minuto
libro en este infierno mi claridad
sufro el dominio de la verdad
todos los goces que ya no están
Hay algo tuyo en todos mis labios
algo que despierta en el paladar
masco el demonio de la verdad
nada de aquello me gusta ya"
F Cabrera.
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miércoles, 22 de junio de 2016
El baile del año terminó
Fernando Cabrera, un nuevo disco de versiones y su visión de la música nacional.
“Se pasa el año, se pasa volando; / ya no hay más nadie
que pueda alcanzarlo”, cantaba Fernando Cabrera en “La casa de al lado”.
Efectivamente, a 2015 le quedan unas pocas horas, pero no importa,
porque el tiempo está después. Hace un par de semanas, el sello Ayuí
lanzó un disco grabado en vivo en el teatro El Galpón que tiene como
protagonista a Cabrera interpretando -junto con Edú Pitufo Lombardo-
versiones de canciones de dos íconos de la música vernácula de igual
nombre: Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans. El nuevo álbum fue la
excusa ideal para terminar el año charlando con Fernando Cabrera.
-¿Cómo surgió la idea de grabar un disco de versiones de Mateo y
Darnauchans?
-No fue idea mía. Mi idea fue hacer el concierto en El Galpón, porque en 2015 cumplía 65 años y me invitaron a hacer algo, junto a distintas celebraciones. Pensé que tanto Mateo como Darnauchans habían tenido diferentes relaciones con El Galpón en distintas épocas; entonces, me pareció que estaba bueno hacer un recital con repertorio de ellos dos. Desde que empecé en la música, por el año 1977 o 1978, antes de conocerlos personalmente, hago alguna canción de ellos dos, como “La mama vieja”, de Mateo; y con mi primer conjunto, MonTRESvideo, hacíamos “El instrumento” y “Final”, justo en el momento en el que el Darno estaba prohibido. Entonces me puse a buscar y a seleccionar temas. Se me ocurrió llamar a Edú Lombardo para que me diera una mano con algunas canciones. Empezamos a ensayar y nos entusiasmamos mucho. Anunciamos el concierto y se agotó enseguida; hubo que hacer una segunda función. Y la gente de Ayuí me dijo: “Che, Fernando, ¿no querés grabar esto?”.
-Al escuchar el disco me dio la sensación de que rompés las canciones -en el buen sentido- y las volvés a armar, de forma que quedan muy diferentes de las originales.
-Tal cual. Es una reconstrucción. Así funciono yo automáticamente cada vez que hago un tema de otro. No me lo tengo que proponer, naturalmente se me van ocurriendo variaciones. No es tan raro eso. No creo que tenga mucha gracia hacer covers fidedignos. Yo vengo de un mundo musical -o de una época- en que eso era lo más natural. Hoy en día no hay arregladores, es un oficio que ya no existe, como el de afilador y esas cosas, pero el arreglador hasta hace pocos años existía, y lo contrataban las discográficas o los canales de televisión. De chico siempre quise ser arreglador. Después no fui porque desapareció el oficio y porque me volqué a la canción. Pero era mi meta cuando tenía 15 o 16 años. Modificar las cosas está en mi ADN; encontrarles otra manera, otra forma de cantarlas, cambiarles el ritmo, la armonía, etcétera. Y siempre lo veo como un homenaje, con sumo respeto.
-Mientras escuchaba tus arreglos de guitarra eléctrica en “Príncipe azul”, recordé tu disco Autoblues, de 1985; en particular, el tema “Rodaje”, que tenía una guitarra más lineal y muy estilo The Police. Parece que se tratase de dos guitarristas distintos.
-Totalmente. Fui haciendo un cambio en la forma de tocar la guitarra sin darme cuenta, le fui dando otro lugar en el acompañamiento de mi música, que se ha visto con más claridad en los últimos años. Antes tocaba de un modo más estándar, y al mismo tiempo con más complejidades que hoy; o sea, más cargado, más barroco, lleno de notas y de acordes. Con el correr de los años fui tocando cada vez más simple, limpiando cosas que estuvieran de más, jugando con el hecho de que el oyente puede armarse en su cabeza el acorde entero si vos le sugerís nada más que una nota en la guitarra y la segunda nota que es la que entona el cantante; con esas dos, el oyente ya se imagina todas las que faltan. Dentro de ese proceso de simplificación, le quise dar a la guitarra una característica más orquestal -aunque parezca contradictorio-: si vos escuchás una orquesta, no sucede que todos los músicos estén tocando de principio a fin sin parar. Traté de llevar eso macro a la guitarra: capaz que toco una línea de bajos, dejo un silencio, paso a hacer una cosa en otro lugar de la guitarra, hago un acorde, y en vez de seguir haciendo un acorde detrás de otro, vuelvo a hacer un bajo solo. En este disco se puede ver eso. Se trata de un viejo tema que hablábamos con mis maestros, Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis: romper con la discursividad, que es tocar parejo a lo largo de todo el tema. Que no sea discursivo, que pueda tener rompimientos y cambios.
-Eso va en contra de la idea de que “cuanto más complejo, mejor”.
-Tal cual. Cuando empecé en la música, yo creía eso. No sé por qué me tragué esa pastilla.
-Hay varios que se la siguen tragando.
-También se puede ser complejo; no quiero decir que no haya que serlo.
-Pero se puede ser complejo y hacer mala música.
-Exacto. Y por último, no sé si la complejidad ayuda. Muchos instrumentos tocando, y todos en un perfil “virtuoso”... La oreja del oyente recibe tanta información, tanta cantidad de notas... Depende de lo que hagas. Mi género es la canción. Ahí están en juego tantas cosas que si vos complejizás el acompañamiento, no sé si es un aporte.
-¿La influencia en tus primeros discos solistas fue The Police?
-No sólo The Police, el rock en general; lo que pasó fue que The Police estaba de moda en esos años y nos influía mucho, pero ya veníamos de The Beatles. Pero te digo la verdad, nos matábamos escuchando a The Police.
-¿Hoy con qué música te matás?
-Con nada. Escucho lo que el azar me depare. Si voy a la casa de alguien, escucho lo que ponga; o prendo la radio. En este momento de mi vida no estoy siguiendo a un artista o a una banda, o poniendo discos en mi casa. No sé si será cansancio o falta de curiosidad. Capaz que no hay cosas que me atraigan tanto como antes. Creo que es un poco un tema biológico: en la juventud pasamos absorbiendo y descubriendo; pasé por esa etapa durante muchas décadas. Hoy no siento esa necesidad de estar al día. O quizá la música no está tan interesante como antes.
-¿Cómo ves el panorama actual de la música nacional?
-Mirá, con todo respeto -y que el lector sepa que mi opinión no vale más que ninguna, que no se tome como ninguna pontificación ni nada-, en el día de hoy veo a la música uruguaya muy pareja, muy similar; los patrones que se usan, las rítmicas, las melodías... Me parece que hay un proceso, en estos últimos tiempos, en el que todo se convirtió en pop; una especie de pop de fogón. Pero todo: el canto popular, el rock, la música tropical, la de cantautor, etcétera. Lo que escucho al azar en la radio: pongo, y ya el sonido es una especie de canción pop. Antes éramos todos distintos, todos planteábamos lenguajes diferentes; y ahora parece que fuera todo la misma banda. Esta reflexión me vino con total claridad hace tres o cuatro meses, cuando estaba en mi casa viendo la entrega de los [premios] Graffiti. Ahí ves todo, porque hay muchas categorías y muestran un cachito de cada una. Pasaron como 300 ejemplos, y todo era pop. ¿Qué pasó en este país? Todo era pop de fogón. Prolijo, muy bien grabado, todo súper profesional, todo suena cada vez más gringo, perfecto, pero son canciones pop. Es como si estuviéramos en el año 66, en la playa, con amigos, los leños, el fuego... ¿Todo es eso en Uruguay ahora, en un país en el que la música era tan rica, tan diferente, y cada disco era una novedad? Hay excepciones, obvio, pero algo pasó. Sé que No Te Va Gustar hace pop, o que Franny Glass -en otra área- hace pop; lo sabíamos todos, pero resulta que ahora son 80 los que hacen eso.
-En la década del 80 tuviste trato con Eduardo Mateo; de hecho, grabaste un disco con él. Hay muchos mitos en torno a su persona; por ejemplo, que casi nadie le daba pelota a su música. ¿Era realmente así?
-Es bueno establecer una cosa, porque hoy en día es muy fácil escuchar en todos lados “Uy, a Mateo la sociedad lo ignoró” o “Uruguay es asesino de sus artistas”. Todo ese discurso que escuchamos siempre, no sólo aplicado a Mateo. Para mí esa forma de expresarse es muy simplista y no refleja la realidad. Es más, a veces me parece un poco hipócrita. O la gente que dice eso lo hace desde cierta ignorancia. Lo concreto es que Mateo hizo una música muy especial, muy rica, por fuera de los cánones, y siempre fue muy original. Era un artista de verdad, tuvo ética artística, eso de “yo hago lo que mi mente creativa me manda”, igual que un pintor, un poeta, etcétera, que hacen lo que sienten que tienen que hacer, y les importa un comino lo que piensen los demás, que es la verdadera ética de un creador. Si hacés eso, no podés esperar que la opinión genérica, el canon, te acepte fácilmente. Eso le pasó a cualquiera que se la haya jugado. Ahí no hay culpa de la sociedad, ni del Estado ni de nada; es una lógica de la vida. Si además ese artista lleva una vida de difícil diálogo con la sociedad, se le hace más difícil. Si no facilitás, no construís puentes, va a ser bravo el diálogo. Le pasó a El Príncipe [Gustavo Pena] y a Darnauchans. Entonces, no le echemos la culpa a la sociedad tan a la ligera. Yo estoy cansado de oír eso: “Uruguay mató a Fulano”. ¿Uruguay lo mató, o él contribuyó un poquito también a matarse? Dejando de lado eso, su obra es una maravilla, es una bendición que haya existido y que haya vivido entre nosotros. Dejó una escuela doble: la musical y también la ética artística, ir a fondo con tu idea sin que te importe nada más, que es la misma enseñanza que nos dejaron [Alfredo] Zitarrosa, Darnauchans, [Daniel] Viglietti, [Ruben] Rada; todos se la jugaron. Por eso me llama la atención esta etapa uruguaya en la que parece todo igual, todo pasteurizado. Capaz que es mundial.
-Hablando de versiones: hace unas semanas, Buenos Muchachos y La Hermana Menor tocaron “Por ejemplo”, del disco Mateo & Cabrera. ¿Cómo te cae que interpreten tu música?
-Es lo más lindo que hay. Porque en mis comienzos y durante unos 20 años más nadie hacía temas míos. A veces me preguntaba “¿qué pasará con mis canciones?”. Y desde hace diez años para acá, mucha gente empezó a hacer canciones mías, acá y en Argentina. Me agarró de sorpresa, pero la felicidad es enorme. No puede haber nada más lindo: que un colega elija una canción tuya para hacer es el mayor homenaje que podés recibir. Me gustan todas las versiones porque me tocan una fibra, me motivan.
-¿Estás trabajando en un disco nuevo?
-Sí, hace tiempo. Va a ser un disco muy mío, muy de guitarras; y, por ahora, sin más músicos, aunque capaz que invito a Edú para alguna cosa. Va a ser parecido a esto [el disco de versiones de Mateo y Darnauchans]. Voy a doblar guitarras y voces, y capaz que pongo algún bajo también. Pero no quiero llamar a otros músicos, quiero hacerlo yo. Tengo muchas canciones nuevas y bastante distintas entre sí, y raras. Va a ser un disco experimental. En los últimos años he trabajado con un equipo muy bueno, una banda que ya está muy consolidada, pero tengo ganas de hacer un disco así, en el estilo -por el procedimiento, no por la música- de Mateo solo bien se lame [1972], y grabar todas las cosas yo.
-En una entrevista dijiste que primero hacés las letras y luego la música. Me parece que eso no es lo más común.
-No es muy común, capaz que otra gente tiene primero la melodía. Tiene que ver con que la mayoría de los que hacen canciones son mas músicos que letristas; o sea, son primero músicos que luego quieren hacer canciones; entonces, van y le ponen a cierta música una letra, quizá sin haberle dedicado al mundo literario la misma inquietud que le dedicaron al musical. Se formaron en la música, estudiaron su instrumento, tomaron clases de armonía, fueron al conservatorio, etcétera, y después componen una canción, pero quizá no hicieron lo mismo con la literatura: no fueron a [la Facultad de] Humanidades ni leyeron muchos libros, y escriben lo primero que se les ocurre: “Me dejó mi novia”, “me fui al Polonio”. Me parece que hay una pequeña renguera en muchos autores de canciones, que no tienen la misma preparación o la misma capacidad para la letra que para la música.
-Por eso se destaca la calidad de las letras de Leonard Cohen, por ejemplo, que primero fue poeta y después empezó a componer canciones.
-Ése es un maestro. Pero si te ponés a analizar a los grandes ejemplos de cantautores -para mí, entre los mejores, [Bob] Dylan, Chico Buarque, [Joan Manuel] Serrat, Atahualpa Yupanqui, Zitarrosa, Violeta Parra-, la calidad de ambas cosas es pareja. Son tremendos músicos y tremendos letristas. Todos esos que te nombré tienen un gran acercamiento a la literatura o a las letras en general. ¿O vos te pensás que a esos maravillosos autores las letras les salían de la nada? Tenían una preparación similar a la musical. Si querés hacer una buena canción, deberías preocuparte por formarte en las dos áreas. Porque la canción es un encastre entre dos mundos, no sólo música con cualquier palabra que se te ocurre. Eso no es una buena canción.
-¿Sos de basarte en historias propias para escribir?
-Sí, y en historias ajenas, cosas que me cuentan o que invento también, que no son propias ni ajenas.
-Tom Waits decía que la mejor parte de la historia en una canción suele ser la que es mentira.
-Ahí está la creatividad, la inventiva. En el terreno de la letra pasan cosas parecidas a lo que ocurre en lo musical, también puede ser muy abstracta, podés combinar cosas y ser medio surrealista.
-Pienso en un tema de tu autoría, “La casa de al lado”, que parece hablar de muchas cosas.
-Exacto. Por momentos es abstracto. Y otras canciones mías también. Es como tú decís: no se sabe de qué habla, va para acá, para allá, pero hay un ejercicio, un juego con las palabras y las ideas.
-Después de más de 30 años, ¿estás seguro de que Joe está acabado?
-No. Porque las características de Joe, que son la tiranía y el despotismo, forman parte de la humanidad. Lamentablemente.
-No fue idea mía. Mi idea fue hacer el concierto en El Galpón, porque en 2015 cumplía 65 años y me invitaron a hacer algo, junto a distintas celebraciones. Pensé que tanto Mateo como Darnauchans habían tenido diferentes relaciones con El Galpón en distintas épocas; entonces, me pareció que estaba bueno hacer un recital con repertorio de ellos dos. Desde que empecé en la música, por el año 1977 o 1978, antes de conocerlos personalmente, hago alguna canción de ellos dos, como “La mama vieja”, de Mateo; y con mi primer conjunto, MonTRESvideo, hacíamos “El instrumento” y “Final”, justo en el momento en el que el Darno estaba prohibido. Entonces me puse a buscar y a seleccionar temas. Se me ocurrió llamar a Edú Lombardo para que me diera una mano con algunas canciones. Empezamos a ensayar y nos entusiasmamos mucho. Anunciamos el concierto y se agotó enseguida; hubo que hacer una segunda función. Y la gente de Ayuí me dijo: “Che, Fernando, ¿no querés grabar esto?”.
-Al escuchar el disco me dio la sensación de que rompés las canciones -en el buen sentido- y las volvés a armar, de forma que quedan muy diferentes de las originales.
-Tal cual. Es una reconstrucción. Así funciono yo automáticamente cada vez que hago un tema de otro. No me lo tengo que proponer, naturalmente se me van ocurriendo variaciones. No es tan raro eso. No creo que tenga mucha gracia hacer covers fidedignos. Yo vengo de un mundo musical -o de una época- en que eso era lo más natural. Hoy en día no hay arregladores, es un oficio que ya no existe, como el de afilador y esas cosas, pero el arreglador hasta hace pocos años existía, y lo contrataban las discográficas o los canales de televisión. De chico siempre quise ser arreglador. Después no fui porque desapareció el oficio y porque me volqué a la canción. Pero era mi meta cuando tenía 15 o 16 años. Modificar las cosas está en mi ADN; encontrarles otra manera, otra forma de cantarlas, cambiarles el ritmo, la armonía, etcétera. Y siempre lo veo como un homenaje, con sumo respeto.
-Mientras escuchaba tus arreglos de guitarra eléctrica en “Príncipe azul”, recordé tu disco Autoblues, de 1985; en particular, el tema “Rodaje”, que tenía una guitarra más lineal y muy estilo The Police. Parece que se tratase de dos guitarristas distintos.
-Totalmente. Fui haciendo un cambio en la forma de tocar la guitarra sin darme cuenta, le fui dando otro lugar en el acompañamiento de mi música, que se ha visto con más claridad en los últimos años. Antes tocaba de un modo más estándar, y al mismo tiempo con más complejidades que hoy; o sea, más cargado, más barroco, lleno de notas y de acordes. Con el correr de los años fui tocando cada vez más simple, limpiando cosas que estuvieran de más, jugando con el hecho de que el oyente puede armarse en su cabeza el acorde entero si vos le sugerís nada más que una nota en la guitarra y la segunda nota que es la que entona el cantante; con esas dos, el oyente ya se imagina todas las que faltan. Dentro de ese proceso de simplificación, le quise dar a la guitarra una característica más orquestal -aunque parezca contradictorio-: si vos escuchás una orquesta, no sucede que todos los músicos estén tocando de principio a fin sin parar. Traté de llevar eso macro a la guitarra: capaz que toco una línea de bajos, dejo un silencio, paso a hacer una cosa en otro lugar de la guitarra, hago un acorde, y en vez de seguir haciendo un acorde detrás de otro, vuelvo a hacer un bajo solo. En este disco se puede ver eso. Se trata de un viejo tema que hablábamos con mis maestros, Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis: romper con la discursividad, que es tocar parejo a lo largo de todo el tema. Que no sea discursivo, que pueda tener rompimientos y cambios.
-Eso va en contra de la idea de que “cuanto más complejo, mejor”.
-Tal cual. Cuando empecé en la música, yo creía eso. No sé por qué me tragué esa pastilla.
-Hay varios que se la siguen tragando.
-También se puede ser complejo; no quiero decir que no haya que serlo.
-Pero se puede ser complejo y hacer mala música.
-Exacto. Y por último, no sé si la complejidad ayuda. Muchos instrumentos tocando, y todos en un perfil “virtuoso”... La oreja del oyente recibe tanta información, tanta cantidad de notas... Depende de lo que hagas. Mi género es la canción. Ahí están en juego tantas cosas que si vos complejizás el acompañamiento, no sé si es un aporte.
-¿La influencia en tus primeros discos solistas fue The Police?
-No sólo The Police, el rock en general; lo que pasó fue que The Police estaba de moda en esos años y nos influía mucho, pero ya veníamos de The Beatles. Pero te digo la verdad, nos matábamos escuchando a The Police.
-¿Hoy con qué música te matás?
-Con nada. Escucho lo que el azar me depare. Si voy a la casa de alguien, escucho lo que ponga; o prendo la radio. En este momento de mi vida no estoy siguiendo a un artista o a una banda, o poniendo discos en mi casa. No sé si será cansancio o falta de curiosidad. Capaz que no hay cosas que me atraigan tanto como antes. Creo que es un poco un tema biológico: en la juventud pasamos absorbiendo y descubriendo; pasé por esa etapa durante muchas décadas. Hoy no siento esa necesidad de estar al día. O quizá la música no está tan interesante como antes.
-¿Cómo ves el panorama actual de la música nacional?
-Mirá, con todo respeto -y que el lector sepa que mi opinión no vale más que ninguna, que no se tome como ninguna pontificación ni nada-, en el día de hoy veo a la música uruguaya muy pareja, muy similar; los patrones que se usan, las rítmicas, las melodías... Me parece que hay un proceso, en estos últimos tiempos, en el que todo se convirtió en pop; una especie de pop de fogón. Pero todo: el canto popular, el rock, la música tropical, la de cantautor, etcétera. Lo que escucho al azar en la radio: pongo, y ya el sonido es una especie de canción pop. Antes éramos todos distintos, todos planteábamos lenguajes diferentes; y ahora parece que fuera todo la misma banda. Esta reflexión me vino con total claridad hace tres o cuatro meses, cuando estaba en mi casa viendo la entrega de los [premios] Graffiti. Ahí ves todo, porque hay muchas categorías y muestran un cachito de cada una. Pasaron como 300 ejemplos, y todo era pop. ¿Qué pasó en este país? Todo era pop de fogón. Prolijo, muy bien grabado, todo súper profesional, todo suena cada vez más gringo, perfecto, pero son canciones pop. Es como si estuviéramos en el año 66, en la playa, con amigos, los leños, el fuego... ¿Todo es eso en Uruguay ahora, en un país en el que la música era tan rica, tan diferente, y cada disco era una novedad? Hay excepciones, obvio, pero algo pasó. Sé que No Te Va Gustar hace pop, o que Franny Glass -en otra área- hace pop; lo sabíamos todos, pero resulta que ahora son 80 los que hacen eso.
-En la década del 80 tuviste trato con Eduardo Mateo; de hecho, grabaste un disco con él. Hay muchos mitos en torno a su persona; por ejemplo, que casi nadie le daba pelota a su música. ¿Era realmente así?
-Es bueno establecer una cosa, porque hoy en día es muy fácil escuchar en todos lados “Uy, a Mateo la sociedad lo ignoró” o “Uruguay es asesino de sus artistas”. Todo ese discurso que escuchamos siempre, no sólo aplicado a Mateo. Para mí esa forma de expresarse es muy simplista y no refleja la realidad. Es más, a veces me parece un poco hipócrita. O la gente que dice eso lo hace desde cierta ignorancia. Lo concreto es que Mateo hizo una música muy especial, muy rica, por fuera de los cánones, y siempre fue muy original. Era un artista de verdad, tuvo ética artística, eso de “yo hago lo que mi mente creativa me manda”, igual que un pintor, un poeta, etcétera, que hacen lo que sienten que tienen que hacer, y les importa un comino lo que piensen los demás, que es la verdadera ética de un creador. Si hacés eso, no podés esperar que la opinión genérica, el canon, te acepte fácilmente. Eso le pasó a cualquiera que se la haya jugado. Ahí no hay culpa de la sociedad, ni del Estado ni de nada; es una lógica de la vida. Si además ese artista lleva una vida de difícil diálogo con la sociedad, se le hace más difícil. Si no facilitás, no construís puentes, va a ser bravo el diálogo. Le pasó a El Príncipe [Gustavo Pena] y a Darnauchans. Entonces, no le echemos la culpa a la sociedad tan a la ligera. Yo estoy cansado de oír eso: “Uruguay mató a Fulano”. ¿Uruguay lo mató, o él contribuyó un poquito también a matarse? Dejando de lado eso, su obra es una maravilla, es una bendición que haya existido y que haya vivido entre nosotros. Dejó una escuela doble: la musical y también la ética artística, ir a fondo con tu idea sin que te importe nada más, que es la misma enseñanza que nos dejaron [Alfredo] Zitarrosa, Darnauchans, [Daniel] Viglietti, [Ruben] Rada; todos se la jugaron. Por eso me llama la atención esta etapa uruguaya en la que parece todo igual, todo pasteurizado. Capaz que es mundial.
-Hablando de versiones: hace unas semanas, Buenos Muchachos y La Hermana Menor tocaron “Por ejemplo”, del disco Mateo & Cabrera. ¿Cómo te cae que interpreten tu música?
-Es lo más lindo que hay. Porque en mis comienzos y durante unos 20 años más nadie hacía temas míos. A veces me preguntaba “¿qué pasará con mis canciones?”. Y desde hace diez años para acá, mucha gente empezó a hacer canciones mías, acá y en Argentina. Me agarró de sorpresa, pero la felicidad es enorme. No puede haber nada más lindo: que un colega elija una canción tuya para hacer es el mayor homenaje que podés recibir. Me gustan todas las versiones porque me tocan una fibra, me motivan.
-¿Estás trabajando en un disco nuevo?
-Sí, hace tiempo. Va a ser un disco muy mío, muy de guitarras; y, por ahora, sin más músicos, aunque capaz que invito a Edú para alguna cosa. Va a ser parecido a esto [el disco de versiones de Mateo y Darnauchans]. Voy a doblar guitarras y voces, y capaz que pongo algún bajo también. Pero no quiero llamar a otros músicos, quiero hacerlo yo. Tengo muchas canciones nuevas y bastante distintas entre sí, y raras. Va a ser un disco experimental. En los últimos años he trabajado con un equipo muy bueno, una banda que ya está muy consolidada, pero tengo ganas de hacer un disco así, en el estilo -por el procedimiento, no por la música- de Mateo solo bien se lame [1972], y grabar todas las cosas yo.
-En una entrevista dijiste que primero hacés las letras y luego la música. Me parece que eso no es lo más común.
-No es muy común, capaz que otra gente tiene primero la melodía. Tiene que ver con que la mayoría de los que hacen canciones son mas músicos que letristas; o sea, son primero músicos que luego quieren hacer canciones; entonces, van y le ponen a cierta música una letra, quizá sin haberle dedicado al mundo literario la misma inquietud que le dedicaron al musical. Se formaron en la música, estudiaron su instrumento, tomaron clases de armonía, fueron al conservatorio, etcétera, y después componen una canción, pero quizá no hicieron lo mismo con la literatura: no fueron a [la Facultad de] Humanidades ni leyeron muchos libros, y escriben lo primero que se les ocurre: “Me dejó mi novia”, “me fui al Polonio”. Me parece que hay una pequeña renguera en muchos autores de canciones, que no tienen la misma preparación o la misma capacidad para la letra que para la música.
-Por eso se destaca la calidad de las letras de Leonard Cohen, por ejemplo, que primero fue poeta y después empezó a componer canciones.
-Ése es un maestro. Pero si te ponés a analizar a los grandes ejemplos de cantautores -para mí, entre los mejores, [Bob] Dylan, Chico Buarque, [Joan Manuel] Serrat, Atahualpa Yupanqui, Zitarrosa, Violeta Parra-, la calidad de ambas cosas es pareja. Son tremendos músicos y tremendos letristas. Todos esos que te nombré tienen un gran acercamiento a la literatura o a las letras en general. ¿O vos te pensás que a esos maravillosos autores las letras les salían de la nada? Tenían una preparación similar a la musical. Si querés hacer una buena canción, deberías preocuparte por formarte en las dos áreas. Porque la canción es un encastre entre dos mundos, no sólo música con cualquier palabra que se te ocurre. Eso no es una buena canción.
-¿Sos de basarte en historias propias para escribir?
-Sí, y en historias ajenas, cosas que me cuentan o que invento también, que no son propias ni ajenas.
-Tom Waits decía que la mejor parte de la historia en una canción suele ser la que es mentira.
-Ahí está la creatividad, la inventiva. En el terreno de la letra pasan cosas parecidas a lo que ocurre en lo musical, también puede ser muy abstracta, podés combinar cosas y ser medio surrealista.
-Pienso en un tema de tu autoría, “La casa de al lado”, que parece hablar de muchas cosas.
-Exacto. Por momentos es abstracto. Y otras canciones mías también. Es como tú decís: no se sabe de qué habla, va para acá, para allá, pero hay un ejercicio, un juego con las palabras y las ideas.
-Después de más de 30 años, ¿estás seguro de que Joe está acabado?
-No. Porque las características de Joe, que son la tiranía y el despotismo, forman parte de la humanidad. Lamentablemente.
Ignacio Martínez (http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/el-baile-del-ano-termino/)
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martes, 21 de junio de 2016
"Hacer esto es una maravilla"
Una charla sobre su arte y el ciclo de Mateo y Darnauchans.
Fernando Cabrera ha emprendido una tarea divina:
recordarnos de la belleza de las canciones de Eduardo Darnauchans y
Eduardo Mateo. Lo hizo el año pasado en dos funciones agotadas en El
Galpón, lo registró en un disco y ahora lo repite todos los miércoles de
junio en la Sala Zitarrosa.
Aunque los tres son fundamentales en la música
uruguaya, no parecería haber orígenes más disímiles en las obras de
Darnauchans, Mateo y Cabrera. Y sin embargo siempre fueron tan cercanos,
personal y éticamente, como primos hermanos.
Darnauchans es un producto del interior culto y su
música es una combinación de eso: tiene rasgos de rock, folk, folklore,
milonga y hasta música trovadoresca. Lo suyo era la poesía y la melodía,
dos artes que dominaba con maestría.
Mateo representa al Montevideo urbano de su época con
su candombe juguetón y vanguardista tamizado por la bossa nova y los
Beatles, una influencia que abarca a los tres. En Mateo, la lírica y la
música está al servicio del ritmo.
Cabrera, el más joven de los tres y el único
sobreviviente, es de una generación posterior y lo suyo es un
refinamiento experimental de fuerte personalidad en el que conviven el
folklore, Viglietti, el tango, Piazzolla y el rock and roll en sus
distintas presentaciones.
En el espectáculo de la Zitarrosa (Cabrera canta Mateo y Darnauchans,
que será uno de los eventos musicales del año), Cabrera, acompañado por
Edu "Pitufo" Lombardo, consigue juntar esos tres universos tan
personales a partir de sus denominadores comunes.
Cabrera inició su carrera a fines de la década de
1970. Fue un estudiante de guitarra a prepo que derivó en destacadísimo y
pasional compositor, cantante y guitarrista.
Su primer grupo, Montresvideo (un trío con Gustavo
Martínez y Daniel Magnone), era de una experimentación vocal y de
guitarra criolla estrafalaria y genial y que Cabrera —bienvenido— empezó
a revalorizar no hace tanto.
Algunos de esos caminos los electrificó con Baldío,
su siguiente grupo, hoy poco recordado. A comienzos de la década de
1980, nadie hacía música como ellos y su recital en el cine Liberty fue
una de las grandes experiencias musicales de este cronista. Todos éramos
tan jóvenes.
Aunque Cabrera niegue el valor de la perseverancia,
tiene que haber algo de eso. Su carrera solista ha sido sostenidamente
interesante desde aquel temprano El viento en la cara de 1984 hasta Viva la patria de 2013, su último y excepcional disco con canciones de su autoría.
En los últimos 10 años, además, ha conseguido una
quizás modesta pero creciente y constante presencia en Argentina donde
es celebrado como el gran cantautor uruguayo; otra vez los argentinos
tienen razón.
Con la excusa de sus shows en la Zitarrosa, Cabrera
recibió a El País en su apartamento de la Ciudad Vieja donde entre
libros, viejos afiches y cuadros, dice tener 100 canciones agazapadas,
esperando a salir.
—Su carrera, da la sensación que está afirmándose acá y en Argentina. ¿Cuándo empezó esta consolidación?
—Hace unos 10 años. Y no es por una causa sola.
Antes de eso hay 30 años de acumulación de presencia, de seguir sacando
discos en los que el seguidor mío se sentía respetado y me veía en
permanente laboratorio. Y está, claro, el boca a boca. Siempre he sido
un artista minoritario pero ese pequeño público empezó a recomendarme y
de a poquito se llegó a una cifra más grande.
—Y está la perseverancia.
—No uso la palabra perseverancia porque parece
implicar una actitud de insistencia decidida. Y no fue así porque para
mí la música es algo natural y me acompaña desde la niñez. Yo amo la
música, nada más. No es que haya sido tozudo.
—En sus últimos discos ha venido repasando el canon de la música uruguaya. Está este disco sobre Mateo y Darnauchans y Canciones propias, su disco de "covers". E incluso en Viva la patria hay un recorrido musical nacional desde sus propias canciones. ¿Cómo se ubica en el canon nacional?
—Creo haber logrado —lo que siempre fue un sueño
para mi— que alguna canción mía quede en el cancionero uruguayo. Cosa
más linda que esa no puede haber. Que cuando se nombran 20 o 30 músicos
de Uruguay, yo esté ahí, es mi gran felicidad.
—¿Cómo evalúa su carrera? Por ejemplo su primer grupo, Montresvideo.
—Durante muchos años, lo infravalore. Tenía una
visión muy crítica pero desde hace unos años me pasó una gran
autoreivindicación con Montresvideo. No puedo creer haber hecho eso a
los 19 años. Me da mucho orgullo. No se parecía nada.
—Y siendo tan joven, escribía un montón de canciones.
—A esa edad el ser humano está en un pico de querer
mostrarse, tiene ideas vírgenes y, a mi, las canciones me salían
rapidísimo. Las más conocidas de esa etapa ("Agua", "El loco") me salían
en 20 minutos. Ahora terminar una canción me puede llevar años.
—Y después estuvo Baldío, una banda que a mi me impactó. ¿Qué año era eso?
—1982 y 1983 pero como que me parece que nunca pasó,
que está en un limbo. Baldío tiene antecedentes (Jorge Galemire, Darno)
pero no tuvo hijos, pasó desapercibido. Fue bien recibido por la
crítica y los colegas pero el público no acompañó. Fue una vida corta de
cierta tristeza y frustación. Era una época de músicas más funcionales,
más directas, más demagógicas. Teníamos canciones sobre el momento pero
el lenguaje musical era muy experimental.
—Decía que Baldío, no tuvo hijos. ¿Cree que su carrera solista tuvo influencia en otros?
—Tengo un problema en darme cuenta de eso. Muchos,
acá y en Argentina, me dicen que tal o cual artista se parece a mi o que
tiene una clara influencia mía. Pero los escucho y no me doy cuenta. Lo
mío no es algo para seguir al pie de la letra. Lo que sí se puede
seguir es el concepto: trabajar con la música criolla, incluir
influencias de todo el mundo, ser abierto. Pero si tomás eso y lo ponés
en práctica no se va a parecer en nada a lo mío.
—Se parecería en la actitud.
—Y eso es lo que yo tomé de mi época. De los
Beatles, Mateo, Zitarrosa, Los Olimareños. Y no me parezco en nada a
ellos. Como tampoco a Jobim, Piazzolla, Viglietti, mis fuentes.
—Músicos como Mateo, Darnauchans o Galemire...
—Cuando empecé Darnauchans tenía dos o tres discos y Sansueña
era una cosa maravillosa. Y aprendí mucho de él y de Galemire. Fueron
mis maestros directos, de charla, de consejos, de ir a la casa o a sus
grabaciones y que me enseñaran.
—Pero ninguno de ellos, quería decir, tuvo una repercusión a la altura de su talento.
—A veces va en la mera suerte, que juega su pequeño
papel. Y está la actitud del músico que en algunos casos puede ser
autodestructiva pero en otros no. Galemire no era un tipo
autodestructivo pero carecía, al igual que yo, de una visión más
"empresarial" de la música, de cómo mostrarse. No teníamos idea de eso.
Alimentados, además, por una visión purista del arte que tiene que ver
con la escuela uruguaya de la música: esquivar lo comercial y lo masivo,
buscar la originalidad, ser diferente, no pertenecer a una corriente.
Eso estaba en el aire.Y lo teníamos porque somos herederos de Mateo.
—¿Eso sigue estando?
—La inquietud de ser innovador y original dejó de
ser un valor. Y no lo critico. En la décadas de 1960 y 1970, la búsqueda
de la vanguardia y la originalidad eran valores imprescindibles en
todas las manifestaciones artísticas: estaba en el cine, el arte, la
música. Eso se marca en el ADN de los que lo vivimos y no te lo sacás
más. Ahora que se diluye ese valor, lo sufrimos y tenemos una actitud
crítica...
—Que es medio de viejos...
—De viejos y equivocada. Los paradigmas cambiaron y
hoy no es un valor ser original. Y eso hay que respetarlo, es así. Hoy
los chiquilines quieren tener una banda que suene como determinada
banda, no que la influencie, sino parecerse. Y como el público los
acompaña, se legitima. Y tipos como yo, Galemire, Darnauchans o Dino
cuando cambian los tiempos, tenemos menos público.
—Hay una contradicción porque este es el momento, como dijo, cuando mejor le va.
—Por algún misterio no me pasa. Pero quién escucha las melodías de Darnauchans. Sus canciones no están en el aire.
—Pero el éxito de este ciclo que hace con Pitufo Lombardo, habla de un interés.
—Yo bromeaba que los convocantes de este recital
somos cuatro: Mateo, Darnauchans, el Pitufo y yo, los cuatro vendiendo
entradas. Esto no fue una idea mía, si no una invitación de El Galpón,
que creció, salió un disco que ahora se edita en Argentina. Y yo pensaba
que era solo por aquella vez.
—Usted es un artista que maneja sus tiempos y su obra. ¿Cómo siente que esto haya demorado otros proyectos?
—Hacer esto es una maravilla pero sí es cierto que este disco y Canciones propias atrasan mi normal circuito de creación.
—¿Qué le gusta de hacer versiones de temas ajenos?
—Es algo que vengo haciendo de niño: agarrar una
canción y hacerla diferente. No son cosas que te proponés, te salen
solas. El arreglo que, después de todo, es algo que está en el tango,
por ejemplo. Aparecen los fundadores (Firpo, Canaro) y una generación
después los hermanos De Caro, Maffia, Laurenz ya estaban agarrando su
tangos y arreglándolos. Y el primer disco de Troilo de 1938 tenía
canciones de hacía 20 años con arreglos nuevos. Y Piazzolla hizo lo
mismo.
—Le va bien en Argentina...
—Irme bien, en los términos moderados que se aplican
a mi vida, es ir seis o siete veces por año en giras por el norte o por
el sur. Y una felicidad enorme encontrarme, no solo con las grandes
ciudades, sino con pequeños pueblitos en los que 200 personas llenan un
teatro y me recontraconocen. Y eso me pasa en lugares remotos.
—¿Hay un disco nuevo?
—Quisiera...
—¿Ya tiene las canciones?
—Tengo mucha canción.
—¿Está como cuando joven?
—No, ese ritmo no lo tengo pero se han ido
acumulando. Tengo como 80, 100. Todas están ahí, esperando. Si quisiera,
ya no precisaría componer más.
—Pero eso no va a pasar.
—No, espero que no. Es tan lindo. Es la sal de la vida.
Fernand Cisneros ( http://www.elpais.com.uy/divertite/musica/esto-maravilla-fernando-cabrera-charla.html)
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Fernando Cabrera
jueves, 30 de julio de 2015
viernes, 2 de enero de 2015
Fernando Cabrera: “Veinte segundos de Troilo son una universidad”
El cantante y compositor uruguayo, faro para una generación de cancionistas rioplatenses, habla de su nuevo disco: “Viva la patria”. La charla también recorre su extensa trayectoria como músico, de Eduardo Mateo a Eduardo Darnauchans, pasando por los Beatles y Gardel.
Por Facundo Arroyo
Fernando Cabrera canta, toca la guitarra y escucha música desde su niñez. Ha compuesto más de 300 canciones. Escribió la primera a los 16 años y ahora tiene 57. Su primer registro fue con el grupo MonTRESvideo en 1981 y su debut solista llegó en 1984 con “Viento en la cara”. Desde Montevideo —“siempre me interesó la música del Río de la Plata”, dice—, convivió con varias de las escenas culturales más importantes de la música urbana de Uruguay. Grabó y tocó con el Negro Rada, Eduardo Mateo, Eduardo Darnauchans, Jorge Lazaroff y Jorge Drexler, entre otros. La gran difusora de su música en Argentina fue Liliana Herrero, quien incluye canciones de Cabrera en la mayoría de sus discos y lo invitó a participar en su trascendental “Litoral” (2005). Las nuevas generaciones de cancionistas rioplatenses lo toman como referente, desde Lisandro Aristimuño y Franny Glass hasta Lucio Mantel y Sofía Viola.
En 2010 editó “Canciones propias”, con 16 piezas clave del sonido de su zona, de Aníbal Sampayo a Marcos Velásquez, de Alfredo Zitarrosa a Horacio “el Corto” Buscaglia. Produjo un disco de interpretaciones perfectas, vivas, que parecen trasferidas directamente desde el sistema circulatorio de su ejecutor. Y el año pasado, luego de “Bardo” (2006), llegó “Viva la patria”, un nuevo disco de composiciones propias. Una cosmovisión de Montevideo —y el Uruguay todo — con gestos de surrealismo y delirio. Esas fueron las dos últimas noticias de su carrera y así comenzó la charla con La Pulseada.
—¿“Viva la patria” es un título dedicado a Uruguay?
—El origen del título ya estaba antes de pensar este disco. Es de una canción que ya tiene un par de años. De hecho la terminé en Buenos Aires en unas vacaciones que tuve en enero.
—¿Y qué intenciones persigue esa canción?
—Se llama “Viva la patria” pero no es nacionalista ni patriótica. El título fue como medio surrealista. Compuse la letra antes que la música y cuando la terminé —es un recuerdo que tengo bien claro — me vino a la cabeza la frase “Viva la patria”. No tenía nada que ver con la canción, pero vino. El inconsciente me la mandó y la anoté arriba de la hoja. Allí quedó meses. Porque me tomo cada vez más tiempo para darle el okey a alguna canción o arreglo.
—¿Apunta al costumbrismo de alguien?
—Es una especie de biografía, no sé si autobiografía, porque hay momentos míos pero no todos. Una biografía bastante delirante. Cuando fui a buscar el nombre para el disco estaba ahí. Siempre es una tarea tediosa buscar el título para un disco. He llegado a tener listas de 300 nombres, páginas y páginas. Ninguna te gusta, vas pa’ tras, vas pa’ adelante. Pero en este caso estaba ahí. Me parecía funcional. Podía ser en chiste, podía desvincular el significado, Viva la patria es una frase muy conocida.
—Su significado fue otro luego de las dictaduras en América del Sur…
—A esa frase, luego de las dictaduras, la dejamos de usar. Fue muy bastardeada, ensuciada. Pero antes de las dictaduras —porque yo tengo muchos años y viví antes de las dictaduras — la palabra patria tenía naturalidad e inocencia. Incluso era común, recuerdo en mi infancia, que la gente en las reuniones gritase Viva la patria y todos respondiésemos ¡Viva!
—Yendo al disco, a simple vista parece tener un hilo conductor, pero luego de la escucha ese preconcepto cambia.
—El disco no es conceptual, no tiene una unidad temática. Al contrario, debe ser mi disco más variado y diverso. Es algo que me sorprendió cuando terminé de grabarlo y pude tener una visión total. Muchos enfoques diferentes, me gusta eso. Lo contrario de un disco conceptual. Me parece más lindo que cada canción tenga un mundo, que se cierre en sí misma.
—Sin embargo, ¿me puedo imaginar a Montevideo en “Viva la patria”?
—Sí, claro. Un posible Montevideo, pasado por mi mirada. Que tampoco es un Montevideo completo sino un aspecto, una zona, una época.
—Vayamos a la canción. Vos retomás la historia y hacés canción contemporánea. Eso quedó en plena evidencia con tu disco “Canciones propias”.
—No sé si es una constante, pero sí he trabajado en esa línea. Más acá en el tiempo con la temática, con algunos sucesos históricos. Igual no doy una visión sobre eso, sino más bien los adopto como insumos literarios, porque en la canción tomo caudillos o personajes de la historia pero les agrego cosas mías. Me valgo de herramientas que te puede dar la poesía, con toques de surrealismo, otro toque de delirio, a veces hasta con un toque de humor. Igual no son tantas las canciones en las que me he metido con temas históricos. Sí fueron con mucha libertad, no para que el maestro las use como ejemplo en la escuela.
—Y musicalmente hablando, ¿cómo es el tratamiento?
—Me gusta mucho relacionarme con los ritmos de nuestro acervo musical. Soy un gran escucha y estudioso, sobre todo de la zona del Río de la Plata. Escucho lo que proviene de esta especie de región musical que es la provincia de Buenos Aires, parte de Santa Fe, Entre Ríos, Uruguay. Ese círculo es una región muy clara, culturalmente. Hablamos igual, nos vestimos igual. Una familiaridad que también se da en la música. No es lo mismo Cuyo ni el Noroeste argentino. La mía es —lo siento así porque aquí nací — la región del Río de la Plata. Tiene una riqueza musical enorme, podríamos citar más de veinte géneros y danzas diferentes. El tango y la milonga, por supuesto, pero entre muchas más.
—¿Y eso repercutió directamente en tus comienzos musicales?
—Fijate que la primera canción la hice a los 16 años y fue una vidalita. Luego compuse una huella en criollo, he hecho varias milongas, la presencia tanguera es muy fuerte en mi música. Me gustan el gato, el cielito, la cifra, el estilo, toda la música del Río de la Plata y por supuesto también la parte más negra africana presente sobre todo en Uruguay: murga, candombe.
—Y hablando de sonidos, ¿qué sonaba en tu infancia?
—Todo eso estaba en el aire, en la radio, en mi casa y en cualquier otra. Mi profesora de guitarra —empecé a los seis— me enseñaba esas canciones: Linares Cardozo, Romano Galarza… En el coro de la escuela cantábamos canciones de Yupanqui y de los primeros autores uruguayos. Quiero decir que mi gusto es primigenio, las músicas que oigo hoy ya las escuchaba desde chico.
Criollo y moderno
Cabrera, calzado con unas alpargatas psicodélicas, agrega: “Paralelamente a esto que cuento de la infancia, también aparecen los Beatles”. En 1964 la banda de Liverpool ya era un fenómeno popular. Ese año viajó a Estados Unidos y se difundió a nivel mundial. Con siete años, el cancionista ya estaba escuchando a los Beatles: “Y era una cosa que me arrancaba la cabeza, como a todo el planeta —asegura—. Así nace adentro mío ese mundo criollo mezclado con la modernidad. Después llega la oleada: Dylan, Hendrix, The Who. En esos primeros discos vas a escuchar la milonga, el tango, la chamarrita pero mezclado con toda esa música de Inglaterra —explica, para que se comprenda el gran acercamiento al rock de sus primeros discos solistas—. Experimentaba esa mixtura a la que también le tengo que agregar la música del Brasil. Desde la infancia, la bossa nova explota cerquita del fenómeno beatle. Estaba en todos lados: prendías la radio y sonaba. Mi madre pasaba hacia la cocina silbando Garota de Ipanema”, recuerda.
Uno de los músicos uruguayos más influyentes para su carrera fue el poeta y compositor Eduardo Darnauchans. Vinculado a la Universidad de Letras, “Darno” propuso una lírica desbordante para los cánones de la canción durante los ‘70. Entre otras colaboraciones, con Cabrera editó “Ámbitos” (2008), un notable registro en vivo.
—¿Qué significó tu amistad con Darnauchans y poder trabajar con él?
—Eduardo era un poquito mayor que yo, pero su carrera la empezó muy joven. A los 18 ya tenía disco. Cuando lo conozco él ya tenía una carrera iniciada y yo recién empezaba. Tendría 20 y estaba con mi primer grupo MonTRESvideo. Nos hicimos muy amigos. Él me tomó como ahijado. Yo ya lo admiraba: tenía sus discos, lo pasaban por la radio, pa’ mí era un grande. Me aconsejó mucho y fue muy importante para mi carrera. Toda su experiencia poética, cómo armar un espectáculo, tantas cosas…
—¿Y Jorge Galemire?
—Igual que Darno: un poquito mayor que yo. Me mostró otros aspectos. Dentro del rock, los instrumentos eléctricos, el uso de los pedales, los equipos de amplificación. Buen compañero. Igual que Darnauchans. Los dos juntos al mismo tiempo me alentaron a la mezcla. Yo veía cómo se animaban a mezclar los ritmos y eso me impulsó a hacerlo con mi música. Escuchás nuestros discos y no tienen nada que ver, pero esa enseñanza está. No es que se note, pero yo sé —porque lo sé — cómo entraron en mí.
—¿Y Eduardo Mateo?
—Ya desde la adolescencia era un ídolo para mí.
—¿Cuál es el disco que más te gusta?
— “Mateo solo bien se lame” —responde, antes de que termine la pregunta.
—El favorito de todos…
—Es una cosa muy redondita. No se parece a nada, lo hizo él solo (se ríe). Lo grabó en ION (histórico estudio). Pero hay muchas cosas más también. Los discos de El Kinto (banda que integró Mateo) son increíbles. De todas formas, no es que estos cuatro amigos y músicos me hayan cambiado la cabeza. Yo creo que lo mío venía desde la infancia, por algo me buscaron, también les gustaba lo que yo hacía. Ya se venía armando.
—Sin embargo está la errónea idea de considerarte un desprendimiento…
—A veces se cuenta eso. Me han dicho: “Sos un continuador de Mateo”, y no es así. Ni de cerca. Trabajé con él y aprendí, pero no es que le copié su onda. Ni de ellos cuatro, ni de Lazaroff (Jorge), otro importante. Lo que hace Lazaroff no tiene nada que ver conmigo. Sin embargo, fue útil trabajar con él, ¡y encima nos hicimos amigos!
Cantar como hablamos
La palabra trascendió la carrera musical de Cabrera. Gran lector, en 2012 editó el libro de poemas Intro. “Vengo escribiendo desde la adolescencia por tener contacto desde siempre con muchos poetas amigos —confiesa—. Uno de ellos, Darnauchans, que ese sí que era un poeta. Comprendí que no es lo mismo una letra que un poema. No se puede decir que un hombre que escribió 30 canciones es un poeta. Un poeta de verdad se dedica a eso como se dedica el ingeniero, el cirujano. Tu energía laboral está puesta en eso, estudiás y vas a fondo. Producís mucho y entrás en ese mundo, que incluye investigación, exploración de vanguardias, descubrimiento de las fronteras del lenguaje, experimentación”.
Su canto se caracteriza por un gesto criollo y moderno. Él lo explica así: “La forma de cantar es un larguísimo proceso, no es de un día para el otro. Yo no sé si siquiera me lo propuse. Para mí tiene que ver con el intento de trasladar la musicalidad, la rítmica, el fraseo del habla, de cuando hablamos, al momento de cantar. Es un proceso más cerebral que luego pasa por la garganta. Entonces me propuse cantar intentando no pensar en nada, que el flujo de la palabra y de la música salga solo, como cuando hablamos. Que los acentos, los énfasis salgan solos. Es como ponerse al servicio de la música, ser como un canal. No es fácil teorizar sobre esto”.
“Lo que hago ya lo hacían los cantores de tangos hace mucho tiempo. El problema es que la gente no escucha la música de antes, pareciera que esa música está muerta. Sólo se escucha la música de ahora. El pasado no existe, murió, no interesa. No es ningún misterio lo que hago, aunque piensen que es novedoso. Cantar como hablando, eso está en el blues, en la milonga, en Mick Jagger, en la tradición del payador. Es nuestro hace 150 años pero nadie mira para atrás. Todos miran para adelante”.
Cabrera respira y —con una voz que ya está ronca— asegura: “El tango tiene cantantes infernales. ¿Quién escucha a Troilo hoy? Nadie. Pero yo sí, porque veinte segundos de Troilo son una universidad. Hay tantas conclusiones que se pueden sacar de ahí”.
—¿Qué opinas sobre el argumento de que hay que irse del Uruguay para entenderlo?
—Para ciertas personas puede ser una manera de entender Uruguay. Para mí no fue necesario irme para comprender mi entorno cultural, pero si para otros sí lo fue, bienvenido sea. Yo no soy muy del viaje, ¿viste? Hay un mito de que cuanto más viajás más culto sos. Yo creo relativamente en eso. No me parece que una persona aventurera, trotamundos, vaya a ser más sabia que una que se quedó toda la vida abajo del ombú criando a sus vaquitas y nunca salió de sus pagos. Depende de la cabeza de cada uno y de su capacidad de reflexión. No es necesario tomarse siete aviones por mes para tener una mayor riqueza espiritual.
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