domingo, 29 de abril de 2012

Fernando Cabrera-Dos paises

Esperando el libro de poesia, algo de lo que se viene

viernes, 13 de abril de 2012

Fernando Cabrera-El tiempo esta despues (programa especial La Pua)


Gracias Rocio por el material

Fernando Cabrera edita libro de poesía

"Intro" constará de 60 poemas y un registro en DVD


El cantautor prepara un libro de poesías y textos independientes que saldrá a
la venta a fines de junio. Irá acompañado por el registro de un show antológico
que realizó en los Estudios Ion de Argentina, en formato DVD.
Cabrera adelantó que Intro contendrá en total 60 poemas inéditos. Su más
reciente álbum es Canciones propias, en el que da protagonismo a su perfil de
intérprete abordando temas de Eduardo Darnauchans, Alfredo Zitarrosa y Aníbal
Sampayo, entre otros. No sorprende que publique un libro de poemas, teniendo en
cuenta que se trata de uno de los trovadores contemporáneos más fértiles y
genuinos de habla hispana. Para el autor es momento de hacer foco en la palabra.
A pesar de haber buscado incansable en las últimas décadas la forma de
simplificar su música y poesía en pos de un minimalismo que no hace otra cosa
que resaltar su virtud más visceral, al universo de Cabrera no se entra a
primera oída. Y su particular estilo de cantar forma parte del juego.
El libro y el DVD celebran las tres décadas que lleva haciendo discos. En sus
inicios publicaba uno por año; hoy se toma su tiempo y prefiere hacerlo cada
tres, en promedio. Invita a leerlo.

www.elpais.com.uy

miércoles, 11 de abril de 2012

El Universo Cabrera



“No regales adjetivos, que algún día te pueden hacer falta”, me recomendaba un colega, viejo zorro de redacción. No sé por qué me acordé de él viendo a Fernando Cabrera en Bar Vinilo, a principios de abril. Debe ser porque el mundo Cabrera repele los adjetivos fáciles. Hay una lógica diferente que se establece ni bien se opacan las luces y quedamos a solas con su voz y su guitarra, y los paisajes que su mente y su corazón-coraza despliegan sobre la audiencia, como esos dibujos de Escher en los que las escaleras no se sabe si suben o si bajan. Así, sus estrofas-peldaños nos hablan de amores que van y vienen… y finalmente se van. Y no sabemos si está bien o está mal, porque el universo Cabrera no pone las cosas en blanco y negro. Las canciones se suceden y es posible subirse a un viaje que sigue algunos patrones: vidas que dejaron marcas en calles, cosas y –claro- otras vidas; espectros que aún hacen sentir su presencia en suaves ectoplasmas que lastiman un poco, es verdad, pero que fueron sumados al bagaje agridulce de la experiencia, ese famoso peine que nos regalan cuando ya nos quedamos pelados o, peor aún, cuando queremos tapar patéticamente la calva de la quemazón existencial con tres pelitos sueltos hechos de cinismo.

Pero no hay cinismo en las estrofas de Cabrera; más bien una mirada de soslayo, una risa irónica pero también cálida. Confiesa haber vivido sin golpear el pecho de la confesión embarazosa de los ebrios profesionales. Cabrera está aquí, tiñendo su memento mori de palabras que se acoplan justas, cual piezas de un rompecabezas que nos hace transpirar hasta que la imagen completa surge de golpe ante nuestros ojos.

El repertorio de Cabrera es un libro de historias unidas por un hilo invisible pero conspicuo precisamente por eso, porque está ausente a simple vista. Sin urgencias, el artista le va sumando elementos: “La casa de al lado”, “Punto muerto”, “Diseño de interiores”, “Viveza”, y para mi sorpresa, veo cómo los colores de sus propias historias se funden con otros, cómo Cabrera se las ingenia para hacer suyas, también, las historias de Mateo, de Zitarrosa, o de Spinetta. Con Spinetta, Cabrera tiene muchos más puntos en común de lo que podría suponerse a simple vista, a simple audición. Ambos describieron siempre su propia órbita sin importar las leyes de la galaxia Música que otros observan. Cabrera –y aquí también me hace pensar en un Peter Hammill- no necesita una palanca para mover nuestro mundo; le basta con una guitarra y un micrófono de voz, del cual a veces se escapa, incluso, para cantarnos en un susurro o en un borbotón de palabras que parecen llegarnos desde lejos, y sin embargo están muy cerca. Solo eso. Todo eso… y ya somos cautivos astronautas de su planeta especial y único, jugando, sintiendo, llorando y riendo, por siempre ingrávidos.

A Rosso.

Más cantautor que nunca

El músico “blanquea” aquí sus influencias, versionando a veinte artistas –desde El Sabalero hasta Eduardo Mateo– a partir de su propio universo interpretativo. El resultado es una suerte de antología de la Música Popular Uruguaya.


Por Cristian Vitale


Desde que, tras la experiencia primal con MonTRESvideo, Fernando Cabrera arrancó con su trayecto solista, editó docena y media de discos. En ninguno hizo versiones. En todos, las canciones fueron suyas. Primera llave-clave para entrar al mundo de Canciones propias (Acqua Records), su flamante discazo. Parece que durante treinta años el cantautor uruguayo se hubiese guardado un as bajo la manga. Un amplio universo de influencias que fue impregnando casi en forma muda –mediante matices y dobleces estéticos– entre los resquicios de su paleta cancionera. Y ahora le salió todo junto. ¿Por qué Cabrera no tomaba canciones de otros, las pasaba por su tamiz y las devolvía en concreto? Porque prefirió hacerlo de una vez y para siempre. Este sería el porqué. “Es algo que nunca hice: tomar canciones de otros y transformarlas”, dijo a un medio oriental.

El cómo es otro cantar: Cabrera, supuestamente ducho en solapar influencias “directas”, reagrupó 16 canciones en 20 artistas (cuatro pertenecen a duplas y sólo un autor, Gastón “Dino” Ciarlo, repite) y generó, desde su propio universo interpretativo, casi una antología de la MPU (Música Popular Uruguaya). Un recorrido sustancial por el cancionero celeste –urbano y rural– de los sesenta para acá, con la impronta Cabrera intacta. Con una voz, única y reverencial, que las unifica.

Que Cabrera tome “El tero tero”, parodia animal del mundo humano que Marcos Velásquez escribiera a fines de los ’80 y lo transforme casi en un country-speed, no implica necesariamente que el tema pierda su esencia... apenas que la modifique. Que acuda a “Si te vas”, de Alfredo Zitarrosa, se obligue por naturaleza a bajarle tres cambios al barítono original y le “invente” un registro para correrla de su status histórico, no significa una mancha en la cara del hombre del Adagio. Que se apropie de la bellísima “Príncipe Azul”, de Eduardo Mateo en música y Horacio Buscaglia en letra, y se vaya por el foro sin hacer mutis al proponer una sana equidistancia entre la versión original y la posterior que León Gieco grabó en De Ushuaia a La Quiaca, la enaltece. Que haga –deshaciendo, pero hasta ahí– algo similar con “Los boliches”, de Nacho Suárez y Yamandú Palacios, o con la campera “Pichonero”, de El Sabalero, no hace más que pasarlas a estado presente. Vivificarlas, reeternizando voces que ya no pueden ser por sí. Que murieron con la esperanza de renacer, a veces, así.

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