viernes, 2 de enero de 2015

Fernando Cabrera: “Veinte segundos de Troilo son una universidad”


El cantante y compositor uruguayo, faro para una generación de cancionistas rioplatenses, habla de su nuevo disco: “Viva la patria”. La charla también recorre su extensa trayectoria como músico, de Eduardo Mateo a Eduardo Darnauchans, pasando por los Beatles y Gardel.
Por Facundo Arroyo


Fernando Cabrera canta, toca la guitarra y escucha música desde su niñez. Ha compuesto más de 300 canciones. Escribió la primera a los 16 años y ahora tiene 57. Su primer registro fue con el grupo MonTRESvideo en 1981 y su debut solista llegó en 1984 con “Viento en la cara”. Desde Montevideo —“siempre me interesó la música del Río de la Plata”, dice—, convivió con varias de las escenas culturales más importantes de la música urbana de Uruguay. Grabó y tocó con el Negro Rada, Eduardo Mateo, Eduardo Darnauchans, Jorge Lazaroff y Jorge Drexler, entre otros. La gran difusora de su música en Argentina fue Liliana Herrero, quien incluye canciones de Cabrera en la mayoría de sus discos y lo invitó a participar en su trascendental “Litoral” (2005). Las nuevas generaciones de cancionistas rioplatenses lo toman como referente, desde Lisandro Aristimuño y Franny Glass hasta Lucio Mantel y Sofía Viola.
En 2010 editó “Canciones propias”, con 16 piezas clave del sonido de su zona, de Aníbal Sampayo a Marcos Velásquez, de Alfredo Zitarrosa a Horacio “el Corto” Buscaglia. Produjo un disco de interpretaciones perfectas, vivas, que parecen trasferidas directamente desde el sistema circulatorio de su ejecutor. Y el año pasado, luego de “Bardo” (2006), llegó “Viva la patria”, un nuevo disco de composiciones propias. Una cosmovisión de Montevideo —y el Uruguay todo — con gestos de surrealismo y delirio. Esas fueron las dos últimas noticias de su carrera y así comenzó la charla con La Pulseada.
¿“Viva la patria” es un título dedicado a Uruguay?
—El origen del título ya estaba antes de pensar este disco. Es de una canción que ya tiene un par de años. De hecho la terminé en Buenos Aires en unas vacaciones que tuve en enero.
—¿Y qué intenciones persigue esa canción?
—Se llama “Viva la patria” pero no es nacionalista ni patriótica. El título fue como medio surrealista. Compuse la letra antes que la música y cuando la terminé —es un recuerdo que tengo bien claro — me vino a la cabeza la frase “Viva la patria”. No tenía nada que ver con la canción, pero vino. El inconsciente me la mandó y la anoté arriba de la hoja. Allí quedó meses. Porque me tomo cada vez más tiempo para darle el okey a alguna canción o arreglo.
—¿Apunta al costumbrismo de alguien?
—Es una especie de biografía, no sé si autobiografía, porque hay momentos míos pero no todos. Una biografía bastante delirante. Cuando fui a buscar el nombre para el disco estaba ahí. Siempre es una tarea tediosa buscar el título para un disco. He llegado a tener listas de 300 nombres, páginas y páginas. Ninguna te gusta, vas pa’ tras, vas pa’ adelante. Pero en este caso estaba ahí. Me parecía funcional. Podía ser en chiste, podía desvincular el significado, Viva la patria es una frase muy conocida.
—Su significado fue otro luego de las dictaduras en América del Sur…
—A esa frase, luego de las dictaduras, la dejamos de usar. Fue muy bastardeada, ensuciada. Pero antes de las dictaduras —porque yo tengo muchos años y viví antes de las dictaduras — la palabra patria tenía naturalidad e inocencia. Incluso era común, recuerdo en mi infancia, que la gente en las reuniones gritase Viva la patria y todos respondiésemos ¡Viva!
—Yendo al disco, a simple vista parece tener un hilo conductor, pero luego de la escucha ese preconcepto cambia.
—El disco no es conceptual, no tiene una unidad temática. Al contrario, debe ser mi disco más variado y diverso. Es algo que me sorprendió cuando terminé de grabarlo y pude tener una visión total. Muchos enfoques diferentes, me gusta eso. Lo contrario de un disco conceptual. Me parece más lindo que cada canción tenga un mundo, que se cierre en sí misma.
—Sin embargo, ¿me puedo imaginar a Montevideo en “Viva la patria”?
—Sí, claro. Un posible Montevideo, pasado por mi mirada. Que tampoco es un Montevideo completo sino un aspecto, una zona, una época.
—Vayamos a la canción. Vos retomás la historia y hacés canción contemporánea. Eso quedó en plena evidencia con tu disco “Canciones propias”.
—No sé si es una constante, pero sí he trabajado en esa línea. Más acá en el tiempo con la temática, con algunos sucesos históricos. Igual no doy una visión sobre eso, sino más bien los adopto como insumos literarios, porque en la canción tomo caudillos o personajes de la historia pero les agrego cosas mías. Me valgo de herramientas que te puede dar la poesía, con toques de surrealismo, otro toque de delirio, a veces hasta con un toque de humor. Igual no son tantas las canciones en las que me he metido con temas históricos. Sí fueron con mucha libertad, no para que el maestro las use como ejemplo en la escuela.
—Y musicalmente hablando, ¿cómo es el tratamiento?
—Me gusta mucho relacionarme con los ritmos de nuestro acervo musical. Soy un gran escucha y estudioso, sobre todo de la zona del Río de la Plata. Escucho lo que proviene de esta especie de región musical que es la provincia de Buenos Aires, parte de Santa Fe, Entre Ríos, Uruguay. Ese círculo es una región muy clara, culturalmente. Hablamos igual, nos vestimos igual. Una familiaridad que también se da en la música. No es lo mismo Cuyo ni el Noroeste argentino. La mía es —lo siento así porque aquí nací — la región del Río de la Plata. Tiene una riqueza musical enorme, podríamos citar más de veinte géneros y danzas diferentes. El tango y la milonga, por supuesto, pero entre muchas más.
—¿Y eso repercutió directamente en tus comienzos musicales?
—Fijate que la primera canción la hice a los 16 años y fue una vidalita. Luego compuse una huella en criollo, he hecho varias milongas, la presencia tanguera es muy fuerte en mi música. Me gustan el gato, el cielito, la cifra, el estilo, toda la música del Río de la Plata y por supuesto también la parte más negra africana presente sobre todo en Uruguay: murga, candombe.
—Y hablando de sonidos, ¿qué sonaba en tu infancia?
—Todo eso estaba en el aire, en la radio, en mi casa y en cualquier otra. Mi profesora de guitarra —empecé a los seis— me enseñaba esas canciones: Linares Cardozo, Romano Galarza… En el coro de la escuela cantábamos canciones de Yupanqui y de los primeros autores uruguayos. Quiero decir que mi gusto es primigenio, las músicas que oigo hoy ya las escuchaba desde chico.

Criollo y moderno
Cabrera, calzado con unas alpargatas psicodélicas, agrega: “Paralelamente a esto que cuento de la infancia, también aparecen los Beatles”. En 1964 la banda de Liverpool ya era un fenómeno popular. Ese año viajó a Estados Unidos y se difundió a nivel mundial. Con siete años, el cancionista ya estaba escuchando a los Beatles: “Y era una cosa que me arrancaba la cabeza, como a todo el planeta —asegura—. Así nace adentro mío ese mundo criollo mezclado con la modernidad. Después llega la oleada: Dylan, Hendrix, The Who. En esos primeros discos vas a escuchar la milonga, el tango, la chamarrita pero mezclado con toda esa música de Inglaterra —explica, para que se comprenda el gran acercamiento al rock de sus primeros discos solistas—. Experimentaba esa mixtura a la que también le tengo que agregar la música del Brasil. Desde la infancia, la bossa nova explota cerquita del fenómeno beatle. Estaba en todos lados: prendías la radio y sonaba. Mi madre pasaba hacia la cocina silbando Garota de Ipanema”, recuerda.
Uno de los músicos uruguayos más influyentes para su carrera fue el poeta y compositor Eduardo Darnauchans. Vinculado a la Universidad de Letras, “Darno” propuso una lírica desbordante para los cánones de la canción durante los ‘70. Entre otras colaboraciones, con Cabrera editó “Ámbitos” (2008), un notable registro en vivo.
—¿Qué significó tu amistad con Darnauchans y poder trabajar con él?
—Eduardo era un poquito mayor que yo, pero su carrera la empezó muy joven. A los 18 ya tenía disco. Cuando lo conozco él ya tenía una carrera iniciada y yo recién empezaba. Tendría 20 y estaba con mi primer grupo MonTRESvideo. Nos hicimos muy amigos. Él me tomó como ahijado. Yo ya lo admiraba: tenía sus discos, lo pasaban por la radio, pa’ mí era un grande. Me aconsejó mucho y fue muy importante para mi carrera. Toda su experiencia poética, cómo armar un espectáculo, tantas cosas…
—¿Y Jorge Galemire?
—Igual que Darno: un poquito mayor que yo. Me mostró otros aspectos. Dentro del rock, los instrumentos eléctricos, el uso de los pedales, los equipos de amplificación. Buen compañero. Igual que Darnauchans. Los dos juntos al mismo tiempo me alentaron a la mezcla. Yo veía cómo se animaban a mezclar los ritmos y eso me impulsó a hacerlo con mi música. Escuchás nuestros discos y no tienen nada que ver, pero esa enseñanza está. No es que se note, pero yo sé —porque lo sé — cómo entraron en mí.
—¿Y Eduardo Mateo?
—Ya desde la adolescencia era un ídolo para mí.
—¿Cuál es el disco que más te gusta?
— “Mateo solo bien se lame” —responde, antes de que termine la pregunta.
—El favorito de todos…
—Es una cosa muy redondita. No se parece a nada, lo hizo él solo (se ríe). Lo grabó en ION (histórico estudio). Pero hay muchas cosas más también. Los discos de El Kinto (banda que integró Mateo) son increíbles. De todas formas, no es que estos cuatro amigos y músicos me hayan cambiado la cabeza. Yo creo que lo mío venía desde la infancia, por algo me buscaron, también les gustaba lo que yo hacía. Ya se venía armando.
—Sin embargo está la errónea idea de considerarte un desprendimiento…
—A veces se cuenta eso. Me han dicho: “Sos un continuador de Mateo”, y no es así. Ni de cerca. Trabajé con él y aprendí, pero no es que le copié su onda. Ni de ellos cuatro, ni de Lazaroff (Jorge), otro importante. Lo que hace Lazaroff no tiene nada que ver conmigo. Sin embargo, fue útil trabajar con él, ¡y encima nos hicimos amigos!

Cantar como hablamos
La palabra trascendió la carrera musical de Cabrera. Gran lector, en 2012 editó el libro de poemas Intro. “Vengo escribiendo desde la adolescencia por tener contacto desde siempre con muchos poetas amigos —confiesa—. Uno de ellos, Darnauchans, que ese sí que era un poeta. Comprendí que no es lo mismo una letra que un poema. No se puede decir que un hombre que escribió 30 canciones es un poeta. Un poeta de verdad se dedica a eso como se dedica el ingeniero, el cirujano. Tu energía laboral está puesta en eso, estudiás y vas a fondo. Producís mucho y entrás en ese mundo, que incluye investigación, exploración de vanguardias, descubrimiento de las fronteras del lenguaje, experimentación”.
Su canto se caracteriza por un gesto criollo y moderno. Él lo explica así: “La forma de cantar es un larguísimo proceso, no es de un día para el otro. Yo no sé si siquiera me lo propuse. Para mí tiene que ver con el intento de trasladar la musicalidad, la rítmica, el fraseo del habla, de cuando hablamos, al momento de cantar. Es un proceso más cerebral que luego pasa por la garganta. Entonces me propuse cantar intentando no pensar en nada, que el flujo de la palabra y de la música salga solo, como cuando hablamos. Que los acentos, los énfasis salgan solos. Es como ponerse al servicio de la música, ser como un canal. No es fácil teorizar sobre esto”.
“Lo que hago ya lo hacían los cantores de tangos hace mucho tiempo. El problema es que la gente no escucha la música de antes, pareciera que esa música está muerta. Sólo se escucha la música de ahora. El pasado no existe, murió, no interesa. No es ningún misterio lo que hago, aunque piensen que es novedoso. Cantar como hablando, eso está en el blues, en la milonga, en Mick Jagger, en la tradición del payador. Es nuestro hace 150 años pero nadie mira para atrás. Todos miran para adelante”.
Cabrera respira y —con una voz que ya está ronca— asegura: “El tango tiene cantantes infernales. ¿Quién escucha a Troilo hoy? Nadie. Pero yo sí, porque veinte segundos de Troilo son una universidad. Hay tantas conclusiones que se pueden sacar de ahí”.
—¿Qué opinas sobre el argumento de que hay que irse del Uruguay para entenderlo?
—Para ciertas personas puede ser una manera de entender Uruguay. Para mí no fue necesario irme para comprender mi entorno cultural, pero si para otros sí lo fue, bienvenido sea. Yo no soy muy del viaje, ¿viste? Hay un mito de que cuanto más viajás más culto sos. Yo creo relativamente en eso. No me parece que una persona aventurera, trotamundos, vaya a ser más sabia que una que se quedó toda la vida abajo del ombú criando a sus vaquitas y nunca salió de sus pagos. Depende de la cabeza de cada uno y de su capacidad de reflexión. No es necesario tomarse siete aviones por mes para tener una mayor riqueza espiritual.
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