Durante febrero, Fernando Cabrera propone un ciclo con canciones viejas y nuevas, ejecutadas a dos guitarras. Una oportunidad para encontrarse con su primera época y con la actual, que lo encuentra "feliz" y "agradecido".
Por: Mauricio Erramuspe
Fernando Cabrera
En un café de Ciudad Vieja, Fernando Cabrera disfruta un expreso helado. Hace poco que descubrió esa manera de tomar café y la recomienda entusiasmado. Y entusiasmado está con varios proyectos que tiene entre manos.
Tras casi una hora de charla, quiere seguir contando cosas. Es que además del ciclo de conciertos en el Espacio Guambia todos los jueves de febrero, que fue el motivo inicial de la entrevista, el músico prepara otro toque en Medio y medio de Punta del Este, un espectáculo sobre el bicentenario con Washington Carrasco y Cristina Fernández y acaba de terminar la ambientación sonora de una exposición del dibujante Oscar Larroca.
Pasó los 50 y dice que al contrario de lo que le sucede a mucha gente, cada vez tiene más actividad. “Por suerte para mí, en una cosa tan difícil como la música, hay cada vez más interés sobre mi persona, más trabajos”, afirma.
“Estoy muy contento, muy contento”, repite varias veces durante la charla. Y lejos de lo que puede suponer el cliché, además de felicidad, tiene muchas ganas de componer. Y tiene tanto encaminado que si se concentrara durante dos semanas podría terminar cien temas.
En los primeros días del año lo hizo. Se encerró unos días y terminó cinco. Y los va a estrenar en los toques del Espacio Guambia. Esas canciones, junto a otras que hace 15 o 20 años que no toca en vivo, componen una propuesta que, a dos guitarras, lo reencuentra con sus comienzos. El acompañante es Juan Pablo Chapital.
En esa relación de dos guitarras está un poco el origen de la música popular rioplantense.
Claro que sí. El instrumento es el mismo, eléctrico o no. El diálogo de las guitarras es una cosa hermosa.
¿Cuál es la diferencia? ¿Qué es lo que te seduce de eso?
No sé. No es lo mismo tocar con un pianista, con un grupo de viento… No sé, será que es mi instrumento y que está la impronta de los originales que siempre nos marcaron como los Beatles o los Rolling Stones. Dos guitarras que no están montadas ni entorpeciéndose. Al contrario, están jugando, dialogando. Una hace lo que la otra no y así se va armando una arquitectura musical muy linda.
Vas a tocar temas de la primera hora. Es una oportunidad para la gente que te sigue desde siempre.
Sí. Siempre me piden estos temas y yo no los toco. Temas de mis discos “Autoblues”, “Buzos azules”, “Río”.
Tu último disco, “Canciones propias”, ha tenido muy buena venta y los conciertos han sido a sala llena. ¿Cómo hace un músico para mantener esa convocatoria a lo largo del tiempo?
Primero puedo tomar un rumbo más mecánico para la respuesta: siempre me renuevo, nunca un recital mío se repite, mis discos son distintos entre sí. He mantenido una actitud, a lo largo de toda mi vida, desde que empecé, hace cerca de 35 años, de renovarme, de no repetirme, incluso dentro de un mismo disco hay canciones que son diferentes. Eso es lo que el público que me sigue espera de mí, se acostumbró a eso y por eso mantiene la curiosidad. No se encuentra con un artista que se repite.
Pero esa es una respuesta como de la parte de afuera de la cosa. Puede haber alguna otra razón, que tenga que ver más con el mundo de las emociones o de la comunicación más profunda que yo creo que también se da y me resulta muy difícil de explicarlo con palabras. Está presente, la siento. Hay una comunicación muy profunda entre el público que me sigue y yo. Sobre todo en los últimos años, eso se ha fortalecido y profundizado. Creo que va más por el lado de las emociones que provocan las canciones que por el hecho de que yo me renueve o no, de que tenga una actitud más arriesgada o experimental. Todo eso es lo que soy, es cierto. Pero creo que hay algo más que es del orden emotivo.
Mis canciones provocan algo en aquellos a los que les gusto. Es algo de lo que me siento muy feliz. También hay otros a los que no les gusto.
Sin embargo creo que hay pocos artistas en Uruguay que generen tanta unanimidad como vos.
Me estoy enterando…
La crítica es unánimemente favorable. Tus colegas también te citan siempre entre sus referentes. El público compra tus discos y va a tus conciertos…
Eso me hace muy feliz.
¿Vos cómo vivís eso? ¿Te das cuenta?
Sí, me doy cuenta. También empezó a suceder en Argentina lo cual aumenta mi satisfacción, mi felicidad. Ese respeto que decís vos pasa allá también.
Hay cosas que uno hace y hay cosas que uno recibe, que le pasan por suerte, porque el destino lo determinó. Yo hago algo, me entrego, me he dedicado con suma seriedad a esta profesión, primero de forma más inconciente, desde los seis años. Desde los 15 o 16, de forma más conciente y ya más estructurada. Lo he hecho con el máximo nivel de entrega que vos te puedas imaginar de un ser humano hacia una profesión o una actividad. Es enamoramiento que ya no pasa ni por el análisis, es como caminar, como respirar.
Después hay que decir también, porque no hay que tentarse con que uno es el autor de todo lo que le sucede, que a veces incide la suerte o cómo se entrecruzan las casualidades u otras personas que operan en la vida de uno. A todos nos pasa.
Yo no pedí para estudiar guitarra de chico, me mandaron. Ahí hay un azar que manejó mi vida. Quizás no hubiera sido músico si a mi madre no se le hubiera antojado mandarme a una profesora nueva que había aparecido en el barrio. Me compró el instrumento, me llevó a los exámenes, me compró el libro de solfeo, hizo toda una movida que no nació de mí. ¿No hay allí un arranque azaroso? Después la vida… amigos, recomendaciones, uno que te empuja, aquel que te abre la puerta. De a poquito vas creciendo, no es uno solo.
Yo por eso siempre trato de manifestar un agradecimiento general a la sociedad uruguaya que me ha permitido todo esto, disponer de ejemplos donde mirarme. Porque acá en Uruguay, la música uruguaya es una escuela… Yo nací en este país y en ese momento y disfruté de carreteras que ya estaban hechas por otros antes que yo. Ellos se encontraron con un vacío absoluto y fabricaron esos caminos. Es la generación que homenajeo en mi último disco: Sampayo, Osiris, Zitarrosa… Antes no había nada. Así como aprendí de los Beatles, aprendí de Los Olimareños.
Soy agradecido. Yo puse mucho pero también la sociedad, el entorno, las circunstancias me regalaron un montón de facilidades. Ir a un conservatorio que es gratuito como sigue siendo la Escuela Universitaria de Música, con excelente profesores, haber conocido a este, a este… Las dos cosas, lo que uno pone y lo que la suerte, el destino, te regala.
Vos hablabas de Sampayo, Zitarrosa…
Mateo, Rada, Jaime…
¿Qué creés que pasó en Uruguay? Es un país con mucha identidad en lo musical.
No sólo en lo musical, pensá en la plástica, en el teatro, en los poetas… Uruguay es un país artístico. Y en la música ni hablar, la canción popular es una maravilla.
Además de músico son un estudioso de la música. ¿Qué factores pueden haber incidido en eso?
Yo creo que es fruto, me puedo equivocar de aquí a Pando, de la extensísima clase media que Uruguay tuvo a lo largo del siglo XX. Eso permitió que toda familia pudiera mandar al nene a estudiar, le pudiera comprar un instrumento, tuviera una biblioteca, pudiera ir al cine. Si vos tenés una familia donde todos pueden morfar y están más o menos cómodos, hay un acceso más directo a la cultura y a la información.
En este espectáculo vas a tocar canciones viejas pero también varios estrenos, incluso temas que terminaste de componer este año. O sea, hace unos días…
La primera semana de enero.
¿Eso es común en vos?
No, al contrario. Hacía dos años que no componía, enloquecido con esto de cómo se ha multiplicado mi actividad, mis compromisos, la falta de tiempo… No es que uno diga “tengo dos horas hoy de tarde, me pongo a componer”. Hay un proceso. Muchas veces, en las últimas décadas, me iba unos 10 días a un lugar aislado, alquilaba una casita, me instalaba en un hotelito, me llevaba mi grabador, mis papeles, y laburaba. Así me volvía con las canciones terminadas.
Ya hace dos o tres años que ni eso puedo hacer. Se me acumulan ideas, tengo millones de bocetos, mini disc, casetes, letras… Si yo le pongo un poco de laburo, si pongo concentración, en dos semanas termino cien temas. Uno está en un 70%, el otro en un 80%... No tengo tiempo.
Ahora me encerré una semana en enero a hacer eso y terminé cinco canciones que estaban en mi cabeza hace años. Ahora las terminé. Yo tengo una necesidad, un impulso de estrenarlas porque hace tiempo que no hago canciones nuevas. Y las voy a meter. Pero tengo cien más esperando.
Por lo que contás, la composición o las ideas son permanentes. No podés dejar de hacerlo.
Es la actividad que más felicidad me da en la vida. En segundo lugar está tocar en vivo. Entonces… ¿dejar lo que a uno más le gusta? Masoquista no soy.
Disfrutás de tocar en vivo… Tenía la idea de que eras una persona muy tímida.
Fui muy tímido. Fui dejando de serlo. Hubo una transformación en mí, de las timideces del principio y de mi actitud en escena, era una estaca, no me movía ni hablaba, me he ido aflojando con los años. Disfruto mucho más, me siento más relajado, la música sale mejor, me animo a hablar un poquito. Ahora me subo al escenario y es como entrar en el living de mi casa. Me siento cómodo y no me importa si hay diez mil personas o dos, si es un teatro o un estadio. Eso ya no lo veo. Lo único que veo es el micrófono, el atril, los instrumentos, los compañeros y ya entro en un mundo mágico donde pareciera ser que todo fluye. Eso me empezó a pasar desde hace unos años a esta parte. Antes era mucho más estresante, ahora ya no lo es. Es estresante todo lo otro, menos esa hora y media cada tanto…
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