El músico “blanquea” aquí sus influencias, versionando a veinte artistas –desde El Sabalero hasta Eduardo Mateo– a partir de su propio universo interpretativo. El resultado es una suerte de antología de la Música Popular Uruguaya.
Por Cristian Vitale
Desde que, tras la experiencia primal con MonTRESvideo, Fernando Cabrera arrancó con su trayecto solista, editó docena y media de discos. En ninguno hizo versiones. En todos, las canciones fueron suyas. Primera llave-clave para entrar al mundo de Canciones propias (Acqua Records), su flamante discazo. Parece que durante treinta años el cantautor uruguayo se hubiese guardado un as bajo la manga. Un amplio universo de influencias que fue impregnando casi en forma muda –mediante matices y dobleces estéticos– entre los resquicios de su paleta cancionera. Y ahora le salió todo junto. ¿Por qué Cabrera no tomaba canciones de otros, las pasaba por su tamiz y las devolvía en concreto? Porque prefirió hacerlo de una vez y para siempre. Este sería el porqué. “Es algo que nunca hice: tomar canciones de otros y transformarlas”, dijo a un medio oriental.
El cómo es otro cantar: Cabrera, supuestamente ducho en solapar influencias “directas”, reagrupó 16 canciones en 20 artistas (cuatro pertenecen a duplas y sólo un autor, Gastón “Dino” Ciarlo, repite) y generó, desde su propio universo interpretativo, casi una antología de la MPU (Música Popular Uruguaya). Un recorrido sustancial por el cancionero celeste –urbano y rural– de los sesenta para acá, con la impronta Cabrera intacta. Con una voz, única y reverencial, que las unifica.
Que Cabrera tome “El tero tero”, parodia animal del mundo humano que Marcos Velásquez escribiera a fines de los ’80 y lo transforme casi en un country-speed, no implica necesariamente que el tema pierda su esencia... apenas que la modifique. Que acuda a “Si te vas”, de Alfredo Zitarrosa, se obligue por naturaleza a bajarle tres cambios al barítono original y le “invente” un registro para correrla de su status histórico, no significa una mancha en la cara del hombre del Adagio. Que se apropie de la bellísima “Príncipe Azul”, de Eduardo Mateo en música y Horacio Buscaglia en letra, y se vaya por el foro sin hacer mutis al proponer una sana equidistancia entre la versión original y la posterior que León Gieco grabó en De Ushuaia a La Quiaca, la enaltece. Que haga –deshaciendo, pero hasta ahí– algo similar con “Los boliches”, de Nacho Suárez y Yamandú Palacios, o con la campera “Pichonero”, de El Sabalero, no hace más que pasarlas a estado presente. Vivificarlas, reeternizando voces que ya no pueden ser por sí. Que murieron con la esperanza de renacer, a veces, así.
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