Las canciones de Fernando Cabrera son de las más extrañas y maravillosas del Río de la Plata. Es una obra escarpada, hecha de desolación y quiebres, con múltiples pliegues. Una obra que suele provocar desde una ironía que hoy se condensa primorosamente en su último y extraordinario disco ya desde el título: Viva la patria. Así, en minúsculas y sin signos de admiración. ¿Qué nos quiere decir Cabrera con esta frase? En un cuarto de hotel en Palermo, en medias de lana y con ojeras de suave jet lag de Buquebús, siempre con esa imagen que pendula entre el beatnik anacrónico y un seminarista tardío, deja caer una palabra también desoladora: “Nada”.
Pero es una respuesta de circunstancia o pura falsa modestia: como esos motores viejos, el mecanismo de Cabrera demora en alcanzar temperatura. Y cuando ya está en funciones, todo lo que dice tiene un sentido. A veces filoso, como su obra; otras amable, como sus maneras. Pondrá bajo su destemplada lente las contradicciones de su Patria con mayúsculas, algunas claves de su música, la añeja obsesión por la tríada Onetti, Borges & Hemingway, la poesía, Jaime Roos, Luis Suárez, el estudio del tango como una de sus obstinaciones más perdurables, la historia y su posición ante los lugares comunes del canto uruguayo –el fútbol, el mate, la murga–, que en Buenos Aires son idealizados.
¿Qué nos quiere decir entonces Fernando Cabrera, este raro cantautor que hace quince años era un perfecto desconocido por estos pagos? Mucho está en Viva la patria. Pero él va más atrás y comenta, como para darle un contexto a la entrevista y para delinear la parábola que atravesó hasta llegar a lo que es hoy, uno de los artistas más lúcidos e inquietantes de esta región: “Debo confesar que me mortificaba bastante que no se me reconociera. No es que ahora sea masivo, para nada. Pero siento un reconocimiento, y me hace bien. Para mí es significativo. Se sumaron minorías de ciudades de Argentina, un poco rebotó en mi país. Lo mío nunca va a ser masivo: eso ya lo resolví internamente y me saqué un peso de encima. Yo hago lo que hago, y el resto es inmanejable. Mi destino fue trazado fuera de toda lógica industrial y comercial, fuera también de la lógica de los gustos populares”.
¿Cuál sería la lógica de los gustos populares?
–Mirá, vos sabés que en mi trabajo no tengo canciones al fútbol, ni al mate, ni canciones a la murga, ni con ritmo de murga, ni canciones que hablen de personajes del carnaval... Esa temática no forma parte de mi interés. Yo podría haberle hecho una canción a la Celeste, una canción al jugador Fulano o dedicarme a la retórica del Carnaval. Y no puedo y no quiero. Tal vez eso ayudó a la no visibilidad. Nunca lo hice porque no lo siento, porque no es una prioridad ese subrayado de ver cómo somos, qué somos. Es propio de una aldea, de un país con complejo de inferioridad.
LO BUENO Y LO PEQUEÑO
El sentido de Viva la patria se va revelando a medida que Cabrera expone su tensión con la caricatura de lo que representa Uruguay. Una tensión que, como todo en él, tiene más dobleces que un origami. Como sea, aun detrás del tamiz de la incorrección, se advierte en Cabrera el amor por su país. Su obra, finalmente, está hecha con los materiales nobles de ese amor que en él se completa con la pasión por la historia uruguaya, otro objeto de estudio. El disco tiene mucho de observación de rasgos del Uruguay profundo ya desde el tema que lo abre: “Canelones”: “De arriba parece un laberinto / qué lápiz lo supo dibujar / hay tantas fronteras en tu casa / de tierra, de arroyos y de mar”, comienza. Es un relato casi geográfico de ese departamento, un GPS descriptivo con olor a campo. “Caminos en flor” está dedicado a los artistas callejeros, y el blues melancólico “Fotoestudio” –uno de los puntos altos del disco– parte de un día de calor en 18 de Julio, pleno Montevideo. Ese mismo sujeto que camina la avenida es el que reflexiona sobre el devenir de los cines en templos evangélicos y estacionamientos en “Cine religión” y, tal vez, el que baila la deforme “Futura cumbia”. Y así. Pero hay un tema, el que le da título al disco, que opera como mascarón de proa. “‘Viva la patria’ es seguramente el más autobiográfico”, dice.
¿Por qué?
–No es autobiográfico de manera estricta porque tiene toques medio surrealistas, delirantes. Hay muchos recuerdos: mi padre, cosas que yo escuché de niño, la fábrica de ladrillos, barrios. Habla de hospitales como el Canzani y el Pereira. El disparate viene cuando le doy voz cantante a un feto, que se pone a contar desde la panza de la madre y dice que está bien, que le gusta el hospital, y después aparecen patrulleros y bomberos. Cuando terminé la letra no sabía qué ponerle y escribí, como título provisorio, “Viva la patria”. Y quedó. Un poco por pereza, el tiempo fue pasando y no modifiqué nada. Después decidí que así se iba a llamar no sólo la canción sino el álbum. Me gustó la frase, es abierta, te deja interrogantes, es coloquial. Me pareció muy funcional como título.
Es un título disparador...
–Sí, una excusa para reflexionar sobre un país. Así como te dije lo de la aldea, te quiero aclarar que no podría vivir en otro lugar que no sea Uruguay. Por muchos motivos. La pequeñez tiene un costado negativo que es la chismografía, la envidia, el señalamiento, el techo bajo: al que crece le dan un martillazo, porque nadie quiere reconocer que el vecino creció. Pero hay una parte positiva amplísima. Uruguay me parece increíble para vivir. No en vano desde hace varios años hay una corriente de tipos cómodos, jubilados de guita de Alemania, Dinamarca y otros países que se van a vivir a Uruguay. No se enamoran sólo de la ciudad o la playa. Es también por nosotros, por el trato, por la arquitectura, el clima, el mar, la forma que hay de relacionamiento, que es bastante democrática. Es un lindo país, es lindo el aire que se respira, es linda el agua. Voy a cosas bien básicas: abrís la canilla y tomás la mejor agua del mundo. Y una cuestión fundamental: conserva todavía algo de su gloriosa clase media.
Ese es tu “Viva la patria”.
–Sí. Nuestro país desde principios del siglo XX formó una notable clase media, con un Estado muy presente en la investigación, en la educación, en la cultura, el deporte. Hoy está muy deteriorada, pero esa gente que tenía un buen sueldito compraba libros, tenía un piano en su casa, iba al cine, al teatro. Yo soy hijo de esa clase media.
TUS ZONAS OSCURAS
A los trece años, Fernando Cabrera tuvo una epifanía. Tocaba en el colegio, en los cumpleaños, en los fogones. Estudiaba guitarra. Un día se preguntó: “¿Por qué no me largo a hacer una canción propia?”. Entendió que la letra era tan importante como la música, y por primera vez tomó un libro para que lo nutriera de palabras e ideas. Ese libro fue el Martín Fierro de José Hernández. Fue su primera lectura, y no es la única marca de la cultura argentina en su formación. Hoy se pueden advertir rasgos criollistas en varias canciones, y cierta impostura de payador. En Viva la patria hay hasta una huella sobre la historia de su pago (“La huella de Montevideo”) y por ahí aparece el Viejo Vizcacha. Pero entonces el Martín Fierro fue apenas un punto de partida. “Yo cumplí los 13 en un año alucinante como fue 1969. Estaba todo el universo folklórico argentino, todo Brasil, Almendra, Los Olimareños, Rada, Mateo, Los Shakers, Zitarrosa, Los Beatles y todo el rock anglosajón. El esplendor de la música popular. Yo sentí que, a pesar de las torpezas de mis primeros temas, podía ofrecer al cancionero de mi país algo distinto, propio. Empecé a tener rigor. Hasta hoy, que tengo canciones que demoran años en ser terminadas. El rigor puede ser un rasgo obsesivo, pero así funciono.”
¿Cuáles creés que son las claves de tu cancionística?
–No lo pienso mucho, pero una consciente puede ser dejar líneas abiertas, pistas, para que las complete el oyente en la cabeza. Es la teoría del iceberg que planteaba Hemingway: lo que se lee es la novena parte de lo que hay debajo. Yo lo aplico en las letras, pero también en la música. Me da un trabajo bárbaro. En vez de hacer un acorde entero, dejo una nota libre para que el que oye imagine el resto. Es como una sugerencia. Con las letras, igual. Y, siempre, la síntesis: si una idea original te lleva veinte palabras y la podés pulir hasta resolverla en dos palabras, mucho mejor.
En este disco incluiste “Después del muelle”, que integra la banda de sonido del documental Jamás leí a Onetti, de Pablo Dotta, sobre la vida del escritor. Se respira un espíritu onettiano en tu obra.
–Tengo tres escritores que he leído de pe a pa. Todo: obras completas más todos los ensayos que se han escrito sobre ellos. Esos escritores son Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges y Ernest Hemingway. Fui fanático, mal. Y sí, soy onettiano. Y te aclaro una cosa: se habla demasiado de las atmósferas de Onetti, de esos personajes derrotados. Pero a mí lo que me deslumbró es cómo escribía. Me enamoró su prosa, es un placer técnico el que siento cuando lo leo. Respecto de lo mío, reconozco que mi obra tiene zonas oscuras, que trata de meterse en los vericuetos de la mente humana, que puede ser retorcida.
CANCIONES PROPIAS
En su casa en Montevideo, Fernando Cabrera tiene una radio con el dial clavado en el 580. Es Radio Clarín, que emite sólo tango. La imagen es de otro siglo. Cada hora par pasan media hora de Carlos Gardel. También hay horarios especiales para la música de Aníbal Troilo y de otros directores como Francisco Canaro. En este mismo instante, Cabrera está enfermo de Canaro. No puede parar de escucharlo. Hace años que está profundizando en el tango antiguo y ofrece detalles de su conocimiento que marcan el nivel de su zambullida. Entonces, a los 57 años, se sienta frente a la radio como un niño a la hora de la leche y escucha una y otra vez a Gardel, a Troilo, a Canaro. “A Canaro tenés que dedicarle la vida. ¿Sabés cuántas grabaciones dejó? Unas siete mil. Gardel, que grabó mucho, tiene casi mil. Canaro, siete mil, ¿entendés? Andá a editarlo en CD. A 15 temas por CD ponele. ¿Cuántos discos tenés que sacar? El tango es una locura.”
Cabrera va a fondo con todo, se mueve bien en las aguas negras de tan profundas. Su temperamento no admite el conocimiento epidérmico. Es como un asceta que no descansa hasta llegar a la médula. Después de haber entrado por la puerta grande de la música de la mano de Jorge Lazaroff, después de haber tocado y grabado con Eduardo Mateo, en fin, después de un tránsito subterráneo y minucioso donde su música encastraba con su aura de maldito –esas metáforas áridas que pueden hasta causar incomodidad y dolor–, se transformó –como diría Palo Pandolfo– en un “títere en la luz”. Lo ayudaron Jorge Drexler, la Bersuit, Liliana Herrero y varios más, pero básicamente lo ayudó la hondura consecuente de su arte. Hoy, que se transformó en héroe de los cantautores melancólicos, se desmarca. “No voy a ser tan gil de caer en la trampa de hacer lo que se espera de mí. Este disco, por caso, lo siento una continuación sonora de Canciones propias, que fue un disco de versiones y homenajes, puro placer de rescatar autores perdidos que yo cantaba cuando era niño. Un placer que me quería dar que, incluso, no sé si fue bueno para mi carrera discográfica. Si bien no eran canciones mías, la fórmula de los arreglos, el toque y el canto tienen que ver con Viva la patria. Hay una unidad musical. No sé bien qué, pero lo próximo que haga va a ser totalmente diferente.
¿Tenés alguna idea?
–Vaga. Capaz que agarro para otro lado y lo grabo yo solo con la guitarra. Tengo dudas: si hacer un disco en el que yo grabe las violas y después regrabar una segunda guitarra y cantar, más tipo Mateo solo bien se lame, o como el primero de Paul McCartney, el que grabó en la granja. Vamos a ver, tal vez después me arrepiento de todo.
Es curioso que, barajando próximos trabajos, no pienses en el tango.
–Me encantaría. Tengo fantasías, y algo de miedo. Pero sí, lo voy a hacer alguna vez. Ya tengo imaginados arreglos, versiones y una lista de tangos que me interesaría cantar. Va a sonar diferente, a cualquier cosa menos tango. Ya me voy preparando para que me den con un fierro. Pero bueno, es así. Hace poco me saqué el gusto de cantar con la Orquesta Victoria, que sigue la línea decareana. Y ahora vamos a homenajear a Troilo por los cien años de su nacimiento. Voy a cantar “Garúa” y “Barrio de tango”.
¿Qué sentido le encontrás al tango hoy?
–Para mí está muerto. El tango fue un milagro. Sé que suena antipático, pero el tango responde a otra época. Creo que terminó de morir cuando murió Julio Sosa, por ahí. El empujó un poco más, estiró la agonía. A partir de los ’50, la juventud empezó a tener otras formas para manifestarse. Pero bueno, tiene unos 60 años de vida increíbles. Ya a principios de siglo XX estaba todo definido. Escuchás las primeras grabaciones de Canaro, de Firpo, de Cobián, y es de una originalidad conmovedora. Y después viene Gardel, que es el Aleph, y ni hablar de sus guitarristas. Inventan cosas que no existían: el fraseo, las métricas, las rítmicas, cómo acentuar. Las típicas, los formatos más reducidos. No tenemos una comprensión cabal de lo que se ha hecho musicalmente con el tango en este rincón del planeta. Te repito, un milagro.
MORDER EL POLVO
Como un escultor que saca para descubrir, Fernando Cabrera ha hecho del desmalezamiento un estilo: apunta a un núcleo. Esa actitud desnuda la impostura que cabe en un género –no tiene nombre, habrá que decir ampliamente “canción rioplatense”– que supo cristalizar una sensibilidad cuyo mayor peligro sigue siendo el artificio. Lo que estremece en Cabrera es su verdad. Esa verdad caló en músicos variados. Así como Jaime Roos marcó en los ’90 a una generación de rockeros que se vieron seducidos por las posibilidades de la murga, la milonga y el candombe –el rock & roos–, Cabrera influyó a una camada que vislumbró en él una especie de síntesis uruguaya. ¿Qué son, si no, temas de una solidez desarmante como “La casa de al lado”, “Te abracé en la noche”, “Dulzura distante”, “El tiempo está después”, “La balada de Astor Piazzolla” o “Viveza”? Pura síntesis de la más elevada tradición cancionística rioplatense, de Mateo a Darnauchans, de Maslíah a Drexler, en el arco que va de la pintura de costumbres del Mercado del Puerto (“Viveza”) a la más tremenda canción de despedida (“Te abracé en la noche”), pasando por el flashback onírico de “La casa de al lado”.
En el juego de postas en el que se desarrollan las músicas populares, es extraña la poca o nula relación entre Cabrera y Jaime Roos. “Jaime es un capítulo importantísimo en toda esta historia. Está en el Olimpo de la música uruguaya, sentado al lado de los grandes. Lo que Jaime hace es increíble, de una lucidez tremenda”, dice.
¿El hecho de que no tengan relación tiene que ver con aquello de la aldea?
–Tal vez sí. Pero no quiero entrar en detalles. Tendría que dar una serie de explicaciones que pasan a un terreno privado, personal... Lo que te puedo decir es que no siempre hay empatía o simpatía entre colegas. Vos podés trabajar en una oficina junto a dieciocho más y lo más probable es que a dos o tres los odies, te caigan mal. En cualquier ámbito: en un plantel de fútbol son 22 y con uno no te llevás. Mirá Tevez...
En este julio, el fútbol está en todos lados. Para hablar de Jaime Roos, Cabrera llega a Carlos Tevez. Pese a no incorporarlo como temática de sus canciones, Cabrera se reconoce futbolero. Supo jugarlo en la calle, es hincha de Nacional, iba al estadio y fue inoculado como todo niño charrúa por la leyenda del Maracanazo. “Me gusta verlo, pero ya no soy ‘el’ hincha. Puedo tomar distancia.”
¿Qué te pasó con el caso de Luis Suárez?
–Me irritó mucho. La ceguera que hay en mi país con el caso de Luis Suárez es penosa.
¿Para tanto?
–Es la no aceptación. Es tirar la piedra y esconder la mano. La no aceptación debe rondar el 99 por ciento de la gente. Toda la prensa, todos los periodistas, todo el pueblo salió a defenderlo. En el aeropuerto lo recibieron como a un héroe. No sé, en el fútbol hay ciertas actitudes violentas que están contempladas. Si en un corner metés un codazo, forma parte del fútbol; si vas a una pelota dividida y ponés la pierna un poco más arriba, igual. Ahora, morder... No en el fútbol: en cualquier ámbito es un acto de salvajismo. ¿Cómo no va a ser castigado así? Capaz que se zarparon, pero, ¿qué esperabas?
EL DIA MAS TRISTE
Suena el celular, y Cabrera da detalles del viaje Montevideo-Buenos Aires como quien cuenta un castigo. Es temprano. La voz se escucha cansada. Esa voz es un viejo tema para él. Ya lo dijo en la canción autoparódica “Críticas”, que acaba de versionar la orquesta El Arranque: “Mis canciones son cerradas / mis pasiones son erradas / qué porvenir. / No me sobra simpatía / ni me falta melancolía / que canto mal. / Voy ajeno por ahí / sin patrimonio, sin heridas / elemental”.
¿Por qué pensás que cantás mal?
–Hay dos aspectos: la expresividad y el timbre de voz, que es invencible. No me gusta mi timbre de voz. Sí cómo canto: considero que con los años he mejorado como cantante. Estoy satisfecho con la manera de colocar la palabra, con el fraseo, la métrica del canto, la afinación. Una de las cosas buenas de la vejez es que me agravó el sonido de mi voz. Cuando era joven tenía una voz de coyote asesino.
Cabrera no lo dice, pero aspira cada vez más hacer músicas más allá del formato canción. Su oreja siempre estuvo atenta a diversas exploraciones. Cuando se metió con Los Beatles, ancló en “Tomorrow Never Knows”; con Mateo quedó atónito ante sus invenciones rítmicas; y aún hoy escucha con atención discos muy específicos de Beck y Radiohead. De sus amados y estudiados Tom Jobim y Astor Piazzolla destaca los hallazgos armónicos y rítmicos más que las canciones; o, mejor dicho, además de las canciones.
¿Es así?
–Sí, pero no creas que subestimo la canción. Yo descubrí a Bob Dylan tardíamente. Cuando me puse a escucharlo y a leer sus letras, casi tiro todo lo que yo había escrito a la basura. Sentía que estaba robando la guita.
¿Y ahora?
–Creo que la canción es un ámbito amplio. Ahí adentro podés hacer catarsis, podés reflexionar, podés manifestar dolor, angustia y felicidad. El otro día me preguntaba: ¿qué voy a hacer cuando se me vaya la inspiración, cuando se me corte el chorro? Un día va a ocurrir.
¿Qué te respondiste?
–Que va a ser el día más triste de mi vida. Encontraré consuelo en contemplar lo que hice. Prefiero eso a repetirme. Me da terror repetirme, que nadie me avise, que yo no me dé cuenta.
El rostro circunspecto muta: Cabrera sonríe. Agarra la tapa de Viva la patria y repiquetea con sus dedos sobre el cartón. “A lo mejor ese momento llegó. Me repito y no me doy cuenta y nadie me avisa.” Más allá de la probable ironía, por primera vez las palabras de Fernando Cabrera suenan vacías.
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Mariano del Mazo
1 comentario:
Dos cosas:
Uno: (intentar) no poner música en el blog por defecto. Abrir una página y que salga música es molesto. Distrae, confunde.
Dos: Cabrera no tiene por qué explicar el nombre de su disco. ¿Es incómodo? Y sí. Claro que sí.
Tres: ¿Tres? ¿Buenos Aires? ¿Avalando qué? ¿Buenos aires? ¿Sin negros? ¿Sin candombe? ¿Más europeos que nosotros mismos?
¿Menos montevideanos, y más europeos? ¿Avalar?
Sobre el blog, en general, gracias.
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