Un compañero de clase en los primeros años del liceo sabía
tocar violín, que le hacían estudiar de chico, pero lo que más le gustaba era
cantar. Cantar apretando algo como la pera no es tan fácil y me propuso
acompañarlo con una canción de Serrat de moda por aquellos tiempos. La cuestión
es que con él finalmente podría intentar tocar el tema de Los Beatles “I m only
sleeping”, compuesto por John Lennon y que tenía un sonido enigmático y
encantado producido por una guitarra eléctrica – supe después- grabada al
revés, y mi idea era imitar con el violín ese sonido.
Muchas tardes de aquel invierno sometí a mi amigo y mi elepé
REVOLVER al encadenamiento interminable: una y otra vez la púa volvía del final
al principio del tema; y el combinado, a válvulas, con un parlante de 12
pulgadas excelente, emitía con fidelidad perdida la introducción, la voz nasal
y acerada, el bostezo de John intermedio entre dos estrofas , sobre el riff simple y seco de Paul.
En aquella época
había , no recuerdo el nombre ni
la radio, un programa nocturno sobre Los Beatles y a él me dirigí por teléfono
para ver si podrían conseguirme la letra del tema. Creo que era Elías Turubich
el conductor y el propietario de un fabuloso libro encuadernado en origen
incierto, que luego de muchas páginas ilustradas con fotos desconocidas para
mí, tenía todas las letras de todos sus discos.
Copié la que buscaba y me fui, con la sensación de que aquel
entorno entre bullicioso y despreocupado no era el que yo imaginaba para un
programa de radio; y con una rabiosa envidia de aquel libro.
Leyendo ese idioma inaccesible y oyendo la fonética ilógica
frente al tocadiscos, fui ensayando lentamente, repitiendo mil veces, hasta
sentir la irrealidad de pertenecer a ese tema. Hubo un día finalmente, no sé si
en el hall de algún liceo o en una kermese de colegio cercano, en que
conseguimos tocar, decorosamente para mis exigencias de hace veinte años, “i m
only sleeping”, con Roberto en violín y yo en guitarra folk y voz.
Lennon no había muerto, era solo 1971, la vida no era lo que
hoy, y había que tomarse la música como eso, música, algo inalcanzable, algo de
otros: algo que estaba después del
fútbol, después de los libros, de la rutina; un sueño.
Nueve años después, una mañana de diciembre, un ser querido me sacudió con una
noticia difícil de clasificar: era simplemente mala? Era desagradable? Inoportuna, triste, histérica? La noche
anterior había sido inusualmente feliz y hermosa, llena de amigos, emociones y
canciones. Tan rápidamente la vida se hacía presente, con su disfraz de
costumbre, hiriendo, pegando absurda, sin lógica? Con lógica? Habían matado confusamente a John, aunque atiné a no
creerle a quien me lo informaba.
Hoy pienso en la terrible desazón de los deportistas, que
deben abandonar su actividad, que es también la mayor pasión de sus vidas, muy
tempranamente para luego sobrevivir hasta la vejez y la muerte rodeados de
recuerdo e impotencia. Pienso en Paul, con su inocente vanidad, en Ringo, en
George. Alcanzaron la gloria y la plenitud artística antes de los treinta años
y pronto supieron que no repetirían aquello nunca más, y faltaban cuarenta para
vivir. Entonces veo el asesinato de John como una bendición, como un don que le
tocó en suerte, una suerte inmensa que él mereció con creces. Lo que tenía que hacer ya lo había hecho. No
tan pronto como James Dean o tan tarde como Dalí, lo mejor que podía pasar era
morir.
Fernando Cabrera
Brecha 8/3/1991
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