lunes, 27 de septiembre de 2010

"No pedí estudiar guitarra" (entrevista sept 2010)





Fernando Cabrera está a punto de lanzar un nuevo trabajo: su primer disco de versiones. El repertorio incluirá16 temas de artistas uruguayos. El músico, que tiene 54 años, dice que nunca tuvo éxito y que recién ahora le están "pasando cosas maravillosas". Habla de su niñez en Paso Molino, de lo que fue tocar durante la dictadura y de su relación con Mateo.






En el mundo de la música su atraso, de poco más de diez minutos, es considerado inexistente. Llega algo despeinado. Se nota que no hace mucho que despegó su cabeza de la almohada. Cruza sin apuros la Plaza Matriz. Fernando Cabrera (54) es flaco, muy flaco, y la ropa parece quedarle un poco grande. Sus ojos se entrecierran ante el reflejo del sol de la mañana. Tiene una sonrisa que en muy escasas ocasiones se desdibuja de su rostro; esto solo pasa cuando habla de sus amigos que ya no están -como es el caso de Eduardo Mateo- o de aquellos colegas que no tuvieron su misma suerte. "A veces te enterás de uno que tramita una pensión, de otro que murió en el Piñeyro del Campo, de otro que no tiene un mango. Es dificilísimo vivir de la música en Uruguay. Y te lo digo yo, que lo sufrí en carne propia".

Luchar contra el olvido es una constante de quienes se dedican al arte. Y es esto mismo lo que lo inspiró a realizar un nuevo disco con canciones de otros autores. Este llegará a las bateas en el mes de noviembre. "Son 16 temas de quienes empezaron a hacer nuestra música en la década de 1960. Artistas criollos y urbanos. Esto es algo que nunca hice: tomar creaciones de otros y transformarlas. Desde que empecé, todos mis trabajos tuvieron composiciones solo mías".

-Siendo compositor, ¿por qué grabar un disco en el rol de intérprete?

-Esto es algo que pasa mucho en otros países. Sobre todo en géneros como el blues y el jazz. Ya lo hizo Ruben Rada -con su disco Fan-, que realizó versiones de varios artistas. Incluso hizo una de mi tema Punto Muerto que es excelente, que me encantó. Lo que pasa es que en otros lados siempre hay un mercado para los autores. En cambio, en Uruguay, si uno no se canta a sí mismo no te canta nadie. Todo el mundo hace su propio repertorio. Hay muchos ejemplos de grandes músicos que no eran compositores; Frank Sinatra, por ejemplo. Hacer versiones de otros sirve para que los temas se refresquen.

Nació en 1956. Su niñez se vio marcada -años después, su música también lo estaría- por el barrio Paso Molino. "Pasé la vida ahí. El Prado fue la gran estancia de mis juegos. En algunas canciones mías, como es lógico, aparece eso. Cuando necesitás recurrir a un paisaje, a una esquina, ponés la que conocés, a la que le tenés cariño. Todos mis vínculos, mis compañeros de escuela y del liceo, son de esa zona".

MÉRITOS Y MERECIMIENTOS. "Yo no pedí estudiar guitarra", sostiene Cabrera. Fue su madre la que le compró el instrumento y decidió que fuera a una academia del barrio. La profesora era la argentina Noemí Porratti. Él tan sólo tenía seis años. "Empecé con gran dificultad. Tenía manos muy chicas y las guitarras de aquella época eran durísimas. Me salían llagas. Fue una gran decepción. Me llevó meses pisar bien las cuerdas hasta poder llevarlas con los dedos hasta la madera".

Además de darle pautas técnicas, Porratti le enseñó a tocar canciones. "Empezaban a aparecer las primeras cosas de (Alfredo) Zitarrosa, Aníbal Sampayo, Ruben Lena. Las aprendíamos y nos presentábamos en fiestas de fin de curso, kermeses y eventos del barrio".

-Esa época fue determinante en su destino…

-Ahora el hecho de tocar la guitarra y cantar delante de gente es como andar en bicicleta. La música entró en mí de manera fatalista, yo no lo pedí. Obvio que me gustó. Se convirtió en lo central de mi vida. Pero fue por la suerte, algo que me cayó del cielo cuando a mi madre se le ocurrió comprar una guitarra.

-¿Y cuándo la música se convirtió en una profesión?

-En toda mi niñez y adolescencia vivía la música con enorme pasión. Trataba de mejorar, de estudiar, de tomar un cursillo con alguien, de ir a lo de fulano a aprender un poco de piano, de escuchar discos... Fijate que al comienzo de mi adolescencia es el auge del candombe beat, que explota con Tótem. Estaba muy informado, iba a recitales. Pero al mismo tiempo que tenía esa actitud, no se me cruzaba por la cabeza ser un músico profesional. Incluso en un momento pensé en ser profesor de historia. Y de repente, sin que uno haga participar mucho la voluntad o la ambición, me vi, a los veinte años, por ahí, yendo al Conservatorio Universitario (la actual Escuela Universitaria de Música). Luego me puse a componer y armé mi primera banda: MonTRESvideo.

-Esto fue en 1977. ¿Cómo era dedicarse a la música en plena dictadura militar?

-Era... (piensa durante varios segundos). Creo que se espera de mí una respuesta a esto y tal vez vaya a dar otra. Para mí todo fue continuo y cuando arrancamos con MonTRESvideo la cosa no era tan diferente a cuando yo era niño y tocaba en alguna kermeses. Y tampoco se diferencia mucho a lo que es ahora. Claro que las condiciones técnicas eran bastante amateurs, muy primitivas. Pero poco importa si cantás con un micrófono que se escucha mal o con la mejor amplificación del mundo, el asunto es que vos estás haciendo tu música y hay gente escuchando. Después está el tema de la época: la dictadura. Había dificultades de todo tipo. Pero no hay que victimizarse por ser artista. Porque vos, trabajases donde trabajases, fueras pintor, obrero o médico, estabas igual de perseguido, igual de paranoico, con los mismos riesgos de caer en cana. Mucha gente murió, mucha gente fue presa. Fue horrible. Pero vos vivías igual, o más bien sobrevivías.

El tiempo está después. En 1983 Cabrera graba un disco con su segundo grupo: Baldío. Y con la llegada de la democracia, en 1984, edita su primer trabajo solista: El viento en la cara. "En realidad, en paralelo con las bandas, siempre me presentaba solo en algún lado. Disfruto mucho tocar de las dos maneras".

-¿Qué cambió con la llegada de la democracia?

-Hubo un cambio espiritual, que tuvo que ver con las expectativas que tenía la gente. Siempre se habló de que la dictadura cortó determinados ciclos de la música uruguaya. Yo no lo recuerdo así. En esos años surgieron Eduardo Darnauchans, Jaime Roos, Ruben Olivera, Mauricio Ubal, Leo Maslíah y un montón de gente más. Es cierto que muchos no tuvieron más remedio que exiliarse, pero hicieron música desde afuera. La dictadura no logró tronchar eso. Y cuando llegó la democracia todos siguieron trabajando.

Pocos años después, en 1987, se edita el disco Mateo & Cabrera, grabado en vivo en el Teatro del Notariado junto con el fallecido Eduardo Mateo. Cabrera sostiene que ese es el disco del que más le habla su público, tanto en Uruguay como en Argentina.

-¿Por qué cree que Mateo & Cabrera caló tan hondo en la gente?

-Es difícil hablar de la música. Uno dice palabras, palabras, palabras… Algo deben tener esas canciones, pero no sé qué es. Son cosas que pasan en el momento y uno no se da cuenta. Para mí fue un disco desprolijo, no quedé muy conforme. Nunca hablamos mucho del tema con Mateo. Veníamos de distintas generaciones y en muchas cosas éramos diferentes. Pero al mismo tiempo, cuando tocábamos juntos, teníamos armonía.

-Después de 25 años trabajando en Uruguay, al comenzar el siglo XXI, empezaron a conocer en Argentina su música…

-La razón por la cual yo entré a trabajar a Argentina es ni más ni menos que Jorge Drexler. Él se impuso la misión de hacerme conocer allá. Jorge habló de mí, durante un año y medio, en cada entrevista que le hacían, con cada periodista, colega, productor de espectáculos, directivo de discográfica. Les dio mucha manija. Generó una expectativa con mi nombre. Y para coronar esta generosísima actitud, que todos sabemos que no es común, me invitó al primer concierto que hizo allá, en el Gran Rex. Eso fue en 2002 o 2003. Y se preocupó por todo. Me dijo qué dos temas cantar, qué guitarra llevar, cómo tenía que ir vestido. De ahí en más me llamaron para grabar y tocar con pila de gente. Desde Fito Páez a Liliana Herrero, la Bersuit, Kevin Johansen, Javier Malosetti, Gonzalo Aristimuño. Varios grabaron canciones mías; (Juan Carlos) Baglietto, por ejemplo. Y todo gracias a la enorme generosidad y bonhomía de Jorge.

-¿Y qué significa recibir el reconocimiento de colegas como ellos?

-Lo único que puedo decir es: ponete en mi lugar. Hay personas que, y pasa mucho en el mundo artístico, por ahí tienen un tremendo éxito a los 25 años. Consiguen todo: popularidad, estatus, dinero, admiración. Pero si a esa edad ya llegaste al pico, ¿cómo hacés para mantenerte ahí? A mí me pasó al revés: nunca tuve éxito, fui tan sólo un laburador de la música, viví circunstancias muy dolorosas, jamás tuve una buena economía, y mi perfil bajo hizo que me sintiera frustrado en muchas ocasiones. Y ahora, a esta altura de la vida, me están pasando estas cosas maravillosas, inesperadas. Creo que salí favorecido.

-¿Cómo se ve de acá a diez años?

-Tengo la ilusión de seguir siendo músico hasta la vejez. Hay varios ejemplos de personas que lo lograron, desde B.B. King hasta Pugliese. El drama de todo artista es mantener la creatividad; que no se vayan las ideas, que no se vacíe el baúl. Pero si las circunstancias son adversas uno tiene que estar preparado para lo que el destino determine. En los últimos años mi vida fue tan feliz, tan realizada en la música, que tengo la tendencia a no pedir más. Ya tuve demasiado. Pedir más sería obsceno.
Recitales y estudio

ÍDOLOS: "Rada saca su primer disco solista en 1969 y para mí era un ídolo. Cuando él arma Tótem yo tendría unos 15 años. Eso fue una aplanadora. Era un espectáculo muy fuerte. De una calidad, una polenta, una energía tan grande. Tan nuestro, tan original. También me gustaban Los Olimareños, Viglietti, Zitarrosa, Mateo, Dino. Estaban coexistiendo, los escuchaba por la radio. Cuando iba a los recitales prácticamente ponía la pera sobre el escenario".

FORMACIÓN: "El Conservatorio Universitario me dio muchas cosas de todo tipo, no sólo musicales. No hay nada más divino en la vida que vivir en una situación de estudio: ir a un instituto, tener compañeros, tener una barra de amigos. Intercambiás información, aprendés cosas en trompeta, armás tríos, si sos compositor juntás a algunos amigos y probás tal o cual idea. El problema que tenía el sistema de entonces era que, en lo que yo me inscribí que era Composición, era muy arcaico, respondía a pautas pedagógicas musicales que venían del siglo XIX, del Conservatorio de París. Por consiguiente, por impulso de Fernando Condon, empezamos también a ir a clases de composición y orquestación con Federico García Vigil. Todavía no era el director famoso que es ahora, tocaba jazz, hacía arreglos y tenía una gran capacidad como compositor. Con el tiempo dejamos el Conservatorio Universitario y nos fuimos a estudiar dos años y medio con Graciela Paraskevaidis y Coriún Aharonián".
"Cantando trato de ir revolviéndome"

"Cantando trato de ir revolviéndome. Nací con un timbre medio difícil de modificar. Pero ya me acostumbré y, aparentemente, a mi público no le molesta mucho. Ya no me preocupa el tema de mi voz", señala Fernando Cabrera. Y sostiene que en la actualidad no hay cosa que le guste más que cantar.

"Llegué al punto de automatizarlo. Antes estaba con los nervios de que tenía que meter tal do sostenido, o afinar bien tal re. Ahora es como si estuviera hablando", agrega.

En su nuevo disco, que se presentará en noviembre, Cabrera canta, entre otras canciones uruguayas de los 60, Caminitos de tierras coloradas, compuesta por el artiguense Alan Gómez, sobre la letra del poeta riverense Agustín Bisio; una composición que hicieron popular Los Olimareños. También interpreta El tero tero, de Marcos Velázquez, quien falleció el pasado seis de septiembre, a la edad de 71 años. "Es una tristeza. Curiosamente esa es la canción que abre el disco", adelanta.
Un país chico con demasiados artistas

"Vivir en Uruguay, no de la música, de cualquier manifestación artística, es dificilísimo por la pequeñez, por la cantidad de gente, por lo chico del mercado. Esto es algo que lo sufre desde un guitarrista hasta un quiosquero, pero en el arte se ve aún más. Este es un país que ha tenido a lo largo de más de 100 años una extensa clase media, y es eso lo que hace que exista un porcentaje altísimo de artistas en la sociedad. Voy por la calle y veo a todos los chiquilines con una guitarra al hombro. Yo me pregunto: ¿dentro de algunos años no va a haber más carpinteros, abogados, taxistas? ¡Todos tocan la guitarra! Yo incluido", señala Fernando Cabrera entre risas.

Lo que le molesta al músico es el discurso de aquellos que creen que "los uruguayos no apoyan a sus artistas". "Lo que pasa es que son muchos actores, músicos, poetas, carnavaleros, cineastas, pintores. Alcanza con abrir el diario y ver las obras de teatro que hay en cartel. Por eso los artistas somos todos pobres", reflexiona.

Carlos Tapia.

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