jueves, 8 de septiembre de 2011

Cabrera por Cabrera: felicidad en clave triste

El cantautor se presenta en La Trastienda viernes y sábado, presenta un disco nuevo, reedita El tiempo está después y lanza un libro de poesía el año que viene.

Fernando Cabrera camina por la calle Juan Carlos Gómez con las manos metidas en los bolsillos de su saco, la cabeza levemente hacia abajo para cubrirse de la tarde fría, su cuello endurecido por un pañuelo que hace de bufanda. No mira la Plaza Matriz, no mira la fuente, ni el Cabildo, ni la iglesia; quizás porque tiene la Ciudad Vieja demasiado grabada en su memoria para volver a recurrir a la experiencia.

Un poco más tarde, sentado frente a una taza de té humeante en una mesa del fondo de La Pasiva de la Matriz, reconocerá que ha ido metiéndose “tras la muralla”, en un derrotero que lo vio nacer hace 55 años en el Prado, y se fue mudando al Cordón, luego al Centro y finalmente al apartamento donde vive hoy. Investigando y leyendo “en libros de historia y de Aníbal Barrios Pintos”, descubrió que la manzana en la que está su edificio fue la primera que repartió Pedro Millán a los primeros vecinos de Montevideo.

Y se siente orgulloso por eso.

A Cabrera le obsesiona el pasado, pero es el presente el que lo trae de nuevo a escena, y un futuro cercano, el que trae novedades. El cantante acaba de regresar de una gira por Chile, la semana pasada, donde tocó por primera vez.

El próximo viernes y sábado toca en La Trastienda, con entradas agotadas y, para el año que viene, piensa editar un nuevo disco, un libro de letras y poemas, y un concierto en dvd, que saldrá al mismo tiempo en Uruguay y Argentina.

En La Trastienda ejecutará los temas de su último trabajo, Canciones propias (una hermosa serie de covers de temas de folclore y canto popular uruguayo), y además promete la sorpresa de tres canciones nuevas –que seguramente integrarán el próximo disco–, más “algún tema viejo que nunca he tocado en vivo”, lo que genera mayor expectativa todavía.

Entre sorbo y sorbo de té (una bebida que rara vez toma, según confesó), Cabrera conversó con El Observador sobre temas tan diversos como las luchas con internet, el placer de poder trabajar de lo que le gusta, del otoño y la primavera, de sus viajes a Valizas a componer o sobre la unidad cultural del Río de la Plata, de donde se siente un representante. Por ahí fue la primera pregunta.

Hace menos de un mes, tocando en Rosario, dijo que se sentía “muy argentino”. ¿Cómo es que alguien muy montevideano se anima a decir eso?

Es que hay una unidad cultural que abarca la provincia de Buenos Aires, todo el litoral argentino, parte de la provincia de Santa Fe hasta el sur de Río Grande, que toca elementos de las costumbres, de la forma de hablar, de la música. Hay grande estudios de musicología que han estudiado estos fenómenos. Cuando digo que soy “argentino” es porque desde siempre, desde la época de nuestros abuelos, teníamos un intercambio con la otra orilla muy fluido, muy fuerte. Siempre supimos sobre los artistas, los deportistas, los cantantes del otro lado. Pero bueno, me corrijo: lo de la otra orilla también es nuestro, de alguna forma. Como lo nuestro es de ellos. Es una interacción permanente. Me defino como un músico del Río de la Plata y estoy alimentado por esa matriz.

¿Cómo un artista que se define rioplatense se toma un té a las cinco de la tarde?
(Risas.) Y, porque estoy tomando mate desde las ocho de la mañana.

Más allá del chiste, ¿qué significa lo inglés en tu música?
La cultura anglosajona la tenemos presente permanentemente. El mundo anglosajón, que es muy diverso, tiene mil géneros y ha producido obras maravillosas. Los Beatles... Es la música “imperante”. Yo la he curtido siempre, he bebido de ella. Me nutro todo el tiempo de esa música. La música de Estados Unidos para mí es increíble.

¿Le interesaría ir a Estados Unidos?
Sí, porque nunca fui. Nueva Orleans, Nashville, Memphis, Chicago: todas ciudades que tienen mucho que ver con la música.

¿Le gusta viajar?
Ese es el tema: me cansa viajar. Ya he viajado mucho. Hoy lo encuentro agotador. Los hoteles, las reuniones, las cenas tarde. Los compromisos. Todo eso me exprime.

¿Lo conocían en Chile?
Sí. Lo mismo me pasó en La Habana, donde estuve hace unos meses. Internet hace que hoy los artistas tengan esa ventaja, y también tiene su lado negativo.

¿Por qué?
Porque cuando a uno lo filman, o lo graban y le captan la cara, los gestos, las palabras, sin la autorización, es algo que no puede ser. Creo que es un rasgo de mala educación.

¿No cree que puede ser una forma de que más personas se enteren de sus giras y de sus espectáculos?
Sin dudas. Pero si alguien quiere grabar algo, lo graba y lo ve solo en su casa. Lo disfruta para sí. ¿Por qué la necesidad de subirlo a la red y compatirlo? Así se dejan de vender discos. En mí caso, antes de grabar una canción me gusta tocarla en público, testearla, si se puede decirlo así. Ahora cuando hago eso, a las horas está colgada en internet. Ya se pierde la novedad. El que crea que contribuye y le gusta lo que hago, que no me boicoteé mi próximo disco. Aunque sé que no va a pasar eso, porque estamos en una época –que tampoco comprendo mucho–de completa desnudez de la interioridad, donde se acabó el pudor. El Twitter es eso.

¿Tiene Twitter?
¡No! Mirá si yo voy a andar escribiéndole al mundo la pavada que acabo de hacer dos minutos antes. ¿A quién le importa? Eso responde a una conducta de la humanidad. Todo se cuenta, todo se dice, todo sale a luz, nada se guarda para uno. Como todo el mundo actúa así, también actúa de esa forma con los demás. Ya nadie se lo pregunta siquiera. “Che, ¿a Fernando le molestará esto?” Ya está. Me jodo.

¿Escucha música que se hace hoy?
No. Estoy desenchufado. No por falta de interés, sino por falta de tiempo o de ganas, o voluntad de escuchar. No porque no crea que tengo que estar al día, algo que me parece una regla básica de todo ser humano. No estoy escuchando música de hoy, estoy escuchando música antigua. Es mucho más lo que hay para escuchar en el pasado que en el presente. Cubro lagunas de información que tengo y que me interesa llenar, sobre todo de música criolla. Trato de escuchar todo lo que se ha hecho en el Río de la Plata, tanto sea folclorístico como tango. Tengo mucho material mío, y además escucho Clarín, que es un reservorio bastante amplio...

Y volvemos a ese espacio común, rioplatense...
Claro, seguimos girando.

¿Se siente una especie de “penúltimo” representante de aquellos viejos musiqueros que tocaban por el interior y cruzaban a las provincias argentinas?
De hecho, ¡lo estoy haciendo! Sí, me muevo en el área. Trabajo acá en la zona, no me gusta moverme mucho. Me molesta la parte social. Yo soy un tipo muy introvertido, no disfruto de la algarabía. Cuando vas de viaje, y para colmo sos el centro de la cosa, hay una sobrecarga de agasajos que me cansa mucho. Soy muy casero, vivo mucho en mi casa.

Pero en muchas de sus canciones hay un sentido de viaje, quizás en sentido
metafórico.
Es cierto. Muchas de mis canciones remiten a viajes. Pero, es el viaje físico el que me molesta. Si me decís ahora: “Conseguí dos pasajes para ir a... (piensa) a Florencia”. Ni loco. Ojo, no lo digo por la negativa. Me gusta estar acá. En mi país, en mi ciudad. Viajes, quiera o no quiera, tengo siempre y tendré, porque así lo determina mi profesión.

¿No es el artista que necesite salir del país para sobrevivir?
No, para nada. Comprendo que haya gente que la esté pasando mal y está en todo su derecho de decir que hay que irse a otro lado. Por algo tuvimos esa enorme sangría, esa tasa de emigración tan alta. Uruguay ha sido un gran expulsador de gente, es cierto.
A mí no me pasa y es un privilegio del cual disfruto, poder vivir de lo que me gusta hacer. Esta misma sociedad es la que me ha dado esta felicidad. Tengo que estar agradecido.

Cabrera dice que viviría siempre en medias estaciones. Ni el invierno ni el verano son de su máximo agrado. “En verano, me pongo a la sombra”, dice con una simpleza casi rural. Cuenta que tuvo que ir a Cabo Polonio dos veranos atrás y no podía creer lo inhóspito del lugar. Pero, tampoco se considera un bicho urbano. Habla de su relación con el campo, con las anécdotas de la niñez, de su experiencia como scout. “Pero, hoy no soy tan así. Hoy quiero el refugio. Para mí el concepto de casa es el de refugio, el lugar donde uno se desprende del resto del mundo”, dice el músico.

Y el diálogo vuelve al lugarteniente de Zabala, a Pedro Millán, a la fundación de la ciudad y a la felicidad en forma de sonrisa en la cara de Fernando Cabrera.

el observador.

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