Una charla sobre su arte y el ciclo de Mateo y Darnauchans.
Fernando Cabrera ha emprendido una tarea divina:
recordarnos de la belleza de las canciones de Eduardo Darnauchans y
Eduardo Mateo. Lo hizo el año pasado en dos funciones agotadas en El
Galpón, lo registró en un disco y ahora lo repite todos los miércoles de
junio en la Sala Zitarrosa.
Aunque los tres son fundamentales en la música
uruguaya, no parecería haber orígenes más disímiles en las obras de
Darnauchans, Mateo y Cabrera. Y sin embargo siempre fueron tan cercanos,
personal y éticamente, como primos hermanos.
Darnauchans es un producto del interior culto y su
música es una combinación de eso: tiene rasgos de rock, folk, folklore,
milonga y hasta música trovadoresca. Lo suyo era la poesía y la melodía,
dos artes que dominaba con maestría.
Mateo representa al Montevideo urbano de su época con
su candombe juguetón y vanguardista tamizado por la bossa nova y los
Beatles, una influencia que abarca a los tres. En Mateo, la lírica y la
música está al servicio del ritmo.
Cabrera, el más joven de los tres y el único
sobreviviente, es de una generación posterior y lo suyo es un
refinamiento experimental de fuerte personalidad en el que conviven el
folklore, Viglietti, el tango, Piazzolla y el rock and roll en sus
distintas presentaciones.
En el espectáculo de la Zitarrosa (Cabrera canta Mateo y Darnauchans,
que será uno de los eventos musicales del año), Cabrera, acompañado por
Edu "Pitufo" Lombardo, consigue juntar esos tres universos tan
personales a partir de sus denominadores comunes.
Cabrera inició su carrera a fines de la década de
1970. Fue un estudiante de guitarra a prepo que derivó en destacadísimo y
pasional compositor, cantante y guitarrista.
Su primer grupo, Montresvideo (un trío con Gustavo
Martínez y Daniel Magnone), era de una experimentación vocal y de
guitarra criolla estrafalaria y genial y que Cabrera —bienvenido— empezó
a revalorizar no hace tanto.
Algunos de esos caminos los electrificó con Baldío,
su siguiente grupo, hoy poco recordado. A comienzos de la década de
1980, nadie hacía música como ellos y su recital en el cine Liberty fue
una de las grandes experiencias musicales de este cronista. Todos éramos
tan jóvenes.
Aunque Cabrera niegue el valor de la perseverancia,
tiene que haber algo de eso. Su carrera solista ha sido sostenidamente
interesante desde aquel temprano El viento en la cara de 1984 hasta Viva la patria de 2013, su último y excepcional disco con canciones de su autoría.
En los últimos 10 años, además, ha conseguido una
quizás modesta pero creciente y constante presencia en Argentina donde
es celebrado como el gran cantautor uruguayo; otra vez los argentinos
tienen razón.
Con la excusa de sus shows en la Zitarrosa, Cabrera
recibió a El País en su apartamento de la Ciudad Vieja donde entre
libros, viejos afiches y cuadros, dice tener 100 canciones agazapadas,
esperando a salir.
—Su carrera, da la sensación que está afirmándose acá y en Argentina. ¿Cuándo empezó esta consolidación?
—Hace unos 10 años. Y no es por una causa sola.
Antes de eso hay 30 años de acumulación de presencia, de seguir sacando
discos en los que el seguidor mío se sentía respetado y me veía en
permanente laboratorio. Y está, claro, el boca a boca. Siempre he sido
un artista minoritario pero ese pequeño público empezó a recomendarme y
de a poquito se llegó a una cifra más grande.
—Y está la perseverancia.
—No uso la palabra perseverancia porque parece
implicar una actitud de insistencia decidida. Y no fue así porque para
mí la música es algo natural y me acompaña desde la niñez. Yo amo la
música, nada más. No es que haya sido tozudo.
—En sus últimos discos ha venido repasando el canon de la música uruguaya. Está este disco sobre Mateo y Darnauchans y Canciones propias, su disco de "covers". E incluso en Viva la patria hay un recorrido musical nacional desde sus propias canciones. ¿Cómo se ubica en el canon nacional?
—Creo haber logrado —lo que siempre fue un sueño
para mi— que alguna canción mía quede en el cancionero uruguayo. Cosa
más linda que esa no puede haber. Que cuando se nombran 20 o 30 músicos
de Uruguay, yo esté ahí, es mi gran felicidad.
—¿Cómo evalúa su carrera? Por ejemplo su primer grupo, Montresvideo.
—Durante muchos años, lo infravalore. Tenía una
visión muy crítica pero desde hace unos años me pasó una gran
autoreivindicación con Montresvideo. No puedo creer haber hecho eso a
los 19 años. Me da mucho orgullo. No se parecía nada.
—Y siendo tan joven, escribía un montón de canciones.
—A esa edad el ser humano está en un pico de querer
mostrarse, tiene ideas vírgenes y, a mi, las canciones me salían
rapidísimo. Las más conocidas de esa etapa ("Agua", "El loco") me salían
en 20 minutos. Ahora terminar una canción me puede llevar años.
—Y después estuvo Baldío, una banda que a mi me impactó. ¿Qué año era eso?
—1982 y 1983 pero como que me parece que nunca pasó,
que está en un limbo. Baldío tiene antecedentes (Jorge Galemire, Darno)
pero no tuvo hijos, pasó desapercibido. Fue bien recibido por la
crítica y los colegas pero el público no acompañó. Fue una vida corta de
cierta tristeza y frustación. Era una época de músicas más funcionales,
más directas, más demagógicas. Teníamos canciones sobre el momento pero
el lenguaje musical era muy experimental.
—Decía que Baldío, no tuvo hijos. ¿Cree que su carrera solista tuvo influencia en otros?
—Tengo un problema en darme cuenta de eso. Muchos,
acá y en Argentina, me dicen que tal o cual artista se parece a mi o que
tiene una clara influencia mía. Pero los escucho y no me doy cuenta. Lo
mío no es algo para seguir al pie de la letra. Lo que sí se puede
seguir es el concepto: trabajar con la música criolla, incluir
influencias de todo el mundo, ser abierto. Pero si tomás eso y lo ponés
en práctica no se va a parecer en nada a lo mío.
—Se parecería en la actitud.
—Y eso es lo que yo tomé de mi época. De los
Beatles, Mateo, Zitarrosa, Los Olimareños. Y no me parezco en nada a
ellos. Como tampoco a Jobim, Piazzolla, Viglietti, mis fuentes.
—Músicos como Mateo, Darnauchans o Galemire...
—Cuando empecé Darnauchans tenía dos o tres discos y Sansueña
era una cosa maravillosa. Y aprendí mucho de él y de Galemire. Fueron
mis maestros directos, de charla, de consejos, de ir a la casa o a sus
grabaciones y que me enseñaran.
—Pero ninguno de ellos, quería decir, tuvo una repercusión a la altura de su talento.
—A veces va en la mera suerte, que juega su pequeño
papel. Y está la actitud del músico que en algunos casos puede ser
autodestructiva pero en otros no. Galemire no era un tipo
autodestructivo pero carecía, al igual que yo, de una visión más
"empresarial" de la música, de cómo mostrarse. No teníamos idea de eso.
Alimentados, además, por una visión purista del arte que tiene que ver
con la escuela uruguaya de la música: esquivar lo comercial y lo masivo,
buscar la originalidad, ser diferente, no pertenecer a una corriente.
Eso estaba en el aire.Y lo teníamos porque somos herederos de Mateo.
—¿Eso sigue estando?
—La inquietud de ser innovador y original dejó de
ser un valor. Y no lo critico. En la décadas de 1960 y 1970, la búsqueda
de la vanguardia y la originalidad eran valores imprescindibles en
todas las manifestaciones artísticas: estaba en el cine, el arte, la
música. Eso se marca en el ADN de los que lo vivimos y no te lo sacás
más. Ahora que se diluye ese valor, lo sufrimos y tenemos una actitud
crítica...
—Que es medio de viejos...
—De viejos y equivocada. Los paradigmas cambiaron y
hoy no es un valor ser original. Y eso hay que respetarlo, es así. Hoy
los chiquilines quieren tener una banda que suene como determinada
banda, no que la influencie, sino parecerse. Y como el público los
acompaña, se legitima. Y tipos como yo, Galemire, Darnauchans o Dino
cuando cambian los tiempos, tenemos menos público.
—Hay una contradicción porque este es el momento, como dijo, cuando mejor le va.
—Por algún misterio no me pasa. Pero quién escucha las melodías de Darnauchans. Sus canciones no están en el aire.
—Pero el éxito de este ciclo que hace con Pitufo Lombardo, habla de un interés.
—Yo bromeaba que los convocantes de este recital
somos cuatro: Mateo, Darnauchans, el Pitufo y yo, los cuatro vendiendo
entradas. Esto no fue una idea mía, si no una invitación de El Galpón,
que creció, salió un disco que ahora se edita en Argentina. Y yo pensaba
que era solo por aquella vez.
—Usted es un artista que maneja sus tiempos y su obra. ¿Cómo siente que esto haya demorado otros proyectos?
—Hacer esto es una maravilla pero sí es cierto que este disco y Canciones propias atrasan mi normal circuito de creación.
—¿Qué le gusta de hacer versiones de temas ajenos?
—Es algo que vengo haciendo de niño: agarrar una
canción y hacerla diferente. No son cosas que te proponés, te salen
solas. El arreglo que, después de todo, es algo que está en el tango,
por ejemplo. Aparecen los fundadores (Firpo, Canaro) y una generación
después los hermanos De Caro, Maffia, Laurenz ya estaban agarrando su
tangos y arreglándolos. Y el primer disco de Troilo de 1938 tenía
canciones de hacía 20 años con arreglos nuevos. Y Piazzolla hizo lo
mismo.
—Le va bien en Argentina...
—Irme bien, en los términos moderados que se aplican
a mi vida, es ir seis o siete veces por año en giras por el norte o por
el sur. Y una felicidad enorme encontrarme, no solo con las grandes
ciudades, sino con pequeños pueblitos en los que 200 personas llenan un
teatro y me recontraconocen. Y eso me pasa en lugares remotos.
—¿Hay un disco nuevo?
—Quisiera...
—¿Ya tiene las canciones?
—Tengo mucha canción.
—¿Está como cuando joven?
—No, ese ritmo no lo tengo pero se han ido
acumulando. Tengo como 80, 100. Todas están ahí, esperando. Si quisiera,
ya no precisaría componer más.
—Pero eso no va a pasar.
—No, espero que no. Es tan lindo. Es la sal de la vida.
Fernand Cisneros ( http://www.elpais.com.uy/divertite/musica/esto-maravilla-fernando-cabrera-charla.html)
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