jueves, 5 de diciembre de 2013

La patria secreta (Sobre Viva la patria, de Fernando Cabrera)

Es normal en los compositores que comienzan de muy jóvenes su carrera que sus primeros discos sean búsquedas, a acierto y error, de una voz propia, de una personalidad que los diferencie de la legión de músicos que tratan de hacerse su lugar bajo el sol. Sin embargo en Uruguay, país anormal en el que definirse por oposición es -o era- visto como uno de los mayores valores musicales posibles, no son raros los casos 
-sobre todo entre sus nombres más brillantes- en que un compositor ya presenta su personalidad musical casi completa e inconfundible desde sus primeras obras. Se puede afirmar, sin relativizar sus logros posteriores, que el sonido y la poética esenciales de artistas como Alfredo Zitarrosa, José Carbajal o Leo Maslíah estaban definidos desde sus primeros discos, y que el resto de sus obras son optimizaciones, variaciones o evoluciones de esa personalidad musical. En el caso de Fernando Cabrera se puede decir algo similar, pero a la vez haciendo muchas más salvedades y observaciones, ya que es mucho más evidente que en otros casos el proceso de búsqueda sonora -no necesariamente estructural- que lo llevó desde sus primeros discos, en los que las referencias a la tímbrica de músicos como Eduardo Mateo o Andy Summers era muy clara, a esta actualidad en la que Cabrera suena como Cabrera, y cuesta bastante encontrarle una influencia o referencia explícita.

Repetimos: no existe una diferencia abismal entre las letras y melodías de aquel Cabrera más pop y eléctrico de sus primeros discos -que siguen siendo los más populares y reconocibles por parte de quienes no son sus seguidores habituales- y los recientes, pero la diferencia del sonido general de la banda que comanda es realmente sorprendente. En sus últimas obras parece haber encontrado una sonoridad completamente personal y atemporal, que aísla cada timbre de sus acompañantes, dándoles un espacio propio en el que los músicos intervienen en frases sincopadas, haciendo que las melodías se vuelvan vaporosas, a veces elusivas y con un inconfundible sabor jazz y que por momentos hace borrosa la naturaleza original de las composiciones.

En Canciones propias, Cabrera pudo explorar ese nuevo sonido con la mejor de las excusas: la de dedicarse exclusivamente a composiciones ajenas. Al desaparecer en su rol -a estas alturas incuestionable- como compositor y letrista, lo que quedó fue el Cabrera intérprete. El cantante de voz cada vez menos nasal y más aspera, el guitarrista tan sutil como deslumbrante, el arreglista que escucha tanto el silencio como el virtuosismo de sus acompañantes. Es decir: el sonido único del que hablábamos en un principio y que tal vez demoró tres décadas en pulir.

Ahora, con ese sonido ya capturado y definido (¿en forma definitiva?, parece difícil sostenerlo hablando de alguien tan inquieto como Cabrera), Viva la Patria se presenta como el estreno de ese sonido aplicado a una nueva colección de canciones, tal vez una de las más notables de su ya extensa carrera, que confirma una vez más lo que en realidad ya estaba más que confirmado: la estatura de Cabrera como uno de los compositores más ricos y elaborados, no de Uruguay sino de América Latina en general.

Para esta nueva obra, Cabrera amplió el fantástico trío conformado para Bardo (2006) con Federico Righi al bajo y Ricardo Gómez a la batería -una formación ya autosuficiente- con Herman Klang al piano (que ya había ingresado en Canciones propias) y el refinado Juan Pablo Chapital a la guitarra. Incluyó además una partipación estelar de Jorge Galemire, cocompositor de “Hijos de la abundancia”, quien también lleva la voz cantante en ese tema. El resultado no es más barroco o abigarrado que en Bardo o en Canciones propias, sino que conserva ese aire suelto -que algún desprevenido puede sentir como impreciso- que impregnaba esos discos, pero ampliando su paleta de colores hasta un punto casi mágico. Menos explícitamente experimental que en discos como Río (1996) o Ciudad de la Plata (1998), Viva la patria no es, sin embargo, una obra fácil u orientada a capturar nuevos oyentes. Es simplemente un disco que cree que la sorpresa de la excelencia es la única concesión digna, y esa excelencia, más allá de los logros sonoros e interpretativos, está sustentada en canciones.

Las ventanas
Es inevitable que un nombre tan llamativo como Viva la patria 
-que en cierta forma resume la observación detallada de lo uruguayo contenida en el disco- dirija la atención inmediata a la canción homónima que contiene, y ésta merece cada segundo de dicha atención, porque se trata de un clásico instantáneo en la obra de Cabrera.

Melodiosa y angular a la vez, si se quiere, “Viva la patria”-aunque es mucho más breve- pertenece más a la familia de composiciones como “La casa de al lado”, uno de los éxitos más improbables -teniendo en cuenta su radicalidad melódica y poética- que haya dado la música uruguaya en las últimas décadas. Es decir, no se trata de un tema tan inmediatamente accesible como “Agua” o “El tiempo está después”, pero contiene en sus apoyos melódicos y palabras una potencia imposible de ignorar, de esa que detiene conversaciones y calla salas repletas de espectadores ansiosos. Cabrera canta la historia de dos uruguayos signados por sus nacimientos respectivos en el Hospital Canzani y el Hospital Pereira Rossell mediante una sucesión de imágenes de una riqueza tan interactiva que citar un solo verso sería mutilarla, pero que no llegan a definir en qué clave se las presenta como un “viva la patria”, ya que no se trata de una canción de afirmaciones nacionales, sino de ventanas sociales abiertas para dejar entrar una brisa poética tan fresca y melancólica como la de la música que la sustenta.

Es previsible que una canción tan formidable termine echando sombra sobre las que la acompañan, aun si éstas son de primera calidad, pero afortunadamente Cabrera parece estar viviendo uno de sus mejores momentos creativos, y dentro de los 15 temas que contiene Viva la patria hay varios que están a un nivel similar, aunque quizás más sutil. Como “Canelones”, que abre el disco con un homenaje al departamento hermano que contiene y abraza al Montevideo tantas veces evocado en sus canciones. Como “Caminos en flor”, que coquetea con una melodía pop que nunca termina de explayarse, pero que sin embargo queda resonando. Como “Futura cumbia” que nombra y cita al género más disímil que puede imaginarse de su música, revalorándolo con respeto desde la percusión y los coros. 
O como “Nunca dije te amo”, el único tema explícitamente romántico del disco, que lo cierra con una de sus melodías más hermosas, sobre la que flota en el fraseo de Cabrera y su entonación el fantasma del Eduardo Darnauchans de “Miente”.

Da un poco de vergüenza acumular elogios sobre un disco como Viva la patria, una obra tan buena que no necesita la defensa o relato de ningún reseñador para validarse a sí misma. Pero de cualquier forma es un motivo de alegría que, justo en el momento en que no sólo Uruguay sino el continente parecen haberse decidido a reconocer el inmenso talento de este compositor, Cabrera corresponda ese reconocimiento con el que -en mi subjetiva opinión- es su mejor trabajo desde el ya lejano El tiempo está después (1989). Que Fernando Cabrera sea un compositor uruguayo, de Paso Molino, es un motivo tan válido como cualquier triunfo deportivo o lluvia de escarapelas y cocardas como para exclamar un “viva la patria”, quiera decir lo que quiera decir.

Gonzalo Curbelo
http://ladiaria.com.uy

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